“Bulma Nunca Llegó” o La Desilusión de Hacerse más Viejo

Bulma se encuentra por primera vez con Goku cuando este tiene doce años. Yo tenía diez cuando conocí la serie, así que estaba seguro de que aún podía esperar un par de años antes de que el radar de las esferas del dragón llegara a mis manos. Entretanto, podía seguir entrenando mentalmente en artes marciales y seguir expulsando bolas de energía de la punta de mis dedos; no lograba todavía que mi ki fuera visible, pero sí había conseguido, como Kwai Chang Caine, apagar unas cuantas velas a punta de batir la mano rápidamente hacia la llama; no podía dar puños o patadas contundentes, pero me sabía completa la coreografía de la constelación del cisne Hyoga , lo que amedrentaba a mis compañeros de colegio (a los que no eran de mi grupo de amigos, quienes tambíen se sabían sus respectivas coreografías) y salvaba a Atena (la ¿novia? del que se había ganado ser Pegaso), así que tenía las herramientas suficientes para sobrevivir a la llegada de la genia y heredera de Capsule Corp.

El lío fue que cambié de colegio y sin amigos que apoyaran mis fantasías, tuve que aceptar que todos andaban viendo Malcom in the middle y la nueva temporada de los Simpson, mientras yo sufría la inconstancia de la televisión nacional. A veces lograba robarle “perubólica” al vecino (por razones electromagnéticas, ajenas a mi conocimiento, había tardes en que los canales de mi televisor mostraban los de las casas cercanas) y ver una que otra escena en la que Cell le partía la mandarina en gajos a todos los guerreros Z, pero en general ya estaba atrasado y hacía tiempo que los caballeros de bronce habían vencido a Poseidón en el oceano. Era pues, imposible, mantener mi entrenamiento al día o reconocer las técnicas más avanzadas que compañeros renuentes a manifestar su modo ¿nerdo? ¿ñoño? se sabían en secreto (en esa época, anterior al surgimiento del arquetípico y más bien respetado Geek de nuestros actuales días, estaba prohibido mencionar el gusto por dibujos animados que no mostraran a vacas antropomorfizadas abrazándose las ubres, a riesgo de sonar demasiado infantil). Supongo que fue por eso que Bulma nunca llegó.

Asumí entonces, de manera especialmente madura, que ya no debía esperar a convertirme en maestro del ki, sino que debía conseguir una conexión segura a internet, para hackearle archivos a contratistas de la mafia internacional y esperar a que Morfeo me contactara en ICQ y me sacara finalmente de la Matrix. La idea era fascinante, precisamente por la facilidad de entrenamiento: solo bastaba una conexión de cable coaxial (o alguna joda) al orificio en el cuello y de inmediato se podía aprender todo tipo de arte marcial ¿Quién no querría semejante educación? De esos días recuerdo haber sido el agente Smith, replicando con un compañero la coreografía de combate que tiene con Neo al final de la primera película de la saga y esperar, cada tarde y pacientemente, el mensaje en la pantalla, cosa que no descarto por completo, pues Keanu Reeves tenía 35 años cuando grabó la película, así que sin ser demasiado iluso, puedo esperar cuatro años más a que alguien me contacte misteriosamente por correo, Whatsapp, Instagram o Twitter. De pronto me toque hacer cuenta en Tinder, ya veremos en el 2021.

Mientras tanto, me doy cuenta de que transformarse en adulto, al menos desde mi punto de vista, por demás, puramente masculino (no creo que esto le pase a las mujeres, pues sus roles de comportamiento suelen ser personajes reales), resulta en un proceso bastante más doloroso de lo que me había imaginado,pues, llega un momento en la vida de todo hombre en que tiene que darse cuenta de que la carta de Hogwarts no va a llegar a su buzón, no sólo porque la escuela de magia más cercana es de hecho Castelobruxo en Brazil, sino porque es probable que Ollivander ya no esté vendiendo varitas; por más veces que uno entre al armario y camine entre la ropa vieja no va a encontrar un camino a Narnia (lo que probablemente sea algo bueno, porque ¿quién quiere morirse en un accidente de tren?) y al salir de allí, lo único que se va a encontrar son chistes estúpidos sobre su cambio de género; no importa cuántas veces se vaya a recoger a la novia al edificio Colpatria o El Dorado en navidad, jamás de los jamases (y menos mal) será necesario que uno tome una pistola y comience a matar a los malos que secuestraron el lugar mientras se grita Yippee ki-yay, motherfucker!; supongo que para los más modernos valdrá decir que sin importar cuántas veces juegue Need for Speed o Forza Horizon se va a lograr algún día que al mirar y oler las marcas del pavimento entienda (a lo Sherlock Holmes) quién fue el infeliz que le puso el “Nitro”, en el veintiúnico taller de Bogotá City, al carro del asesino de su novia que vive reviviendo en cada franquicia en que la contratan.

Supongo que pensarán que estoy loco, pero a medida que he crecido y “envejecido” no le he visto mayor lío a hacer cuentas, pagar servicios, pedir préstamos y demás “cocos” de la vida adulta, pues me parecen diametralmente más sencillos que dejar morir a mis héroes y modelos de comportamiento de infancia. Cambiaría todo (bueno, casi todo 😀 jejejeje) por tener la oportunidad real de convertirme en un maestro Jedi, pero supongo que debo aceptar que no controlo la fuerza (“el ascensor se abrió solo, Eider, madura”) y que la naturaleza es sabia al no permitir que me convierta en un Sith Lord (porque ya saben, “fear leads to anger, anger leads to hate, hate to…suffering”).

Si actualizáramos las ideas de los tres “maestros sospechosos” y debiéramos comenzar a filosofar con un martillo, ya no tendríamos que destruir a Jesús, Alá, Jah, Jehová o similares, sino a Toretto, Harry Potter, Gokú, Naruto y hasta Rick Sánchez (¿olvidé mencionar a Iron Man?), pues convertirse en un adulto es darse cuenta de que sin las llaves del apartamente, el Alohomora no tiene efecto.

Entre tanto estaré esperando que mi blog prospere y quién sabe, de pronto algún día, no muy lejano, pueda descargar por WiFi las habilidades que me faltan, o descansar inmortalmente en un “Saint Junipero” que, como Borges decía, sea “algún tipo de Biblioteca” con cientos de miles de realidades virtuales donde se pueda vivir a gusto junto a los Caballeros del Zodiaco.

Carta

En 2008, aun siendo estudiante de la Universidad Nacional, me vi abocado a realizar mis prácticas en el Colegio Bilingüe de la Universidad el Bosque. Siendo un, relativamente experimentado, profesor de piano y un completo neófito en la enseñanza del inglés me llené de un inasible temor, que amenazaba con hacerme huir de la oportunidad que había ganado por tener el segundo mejor puntaje de inglés en la prueba previa de asignación de colegios (a los dos mejores, los mandaban al colegio privado, al resto a colegios públicos). Los primeros días, guiado por mi novia (actual esposa, madre de mi hija y quien ganó el primer puesto en la prueba anteriormente mencionada) caminé los pasillos del tercer piso del edificio F, caprichosa estructura de techo color verde a la que llamaban el campito, esperando encontrarme chicos en uniforme, gritando y revoloteando amenazantes, cual cuervos adolescentes sobre el busto de Pallas en el dintel de mi puerta.

La realidad fue distinta (aunque no demasiado). Nadie tenía uniforme, pero sí gritaban, revoloteaban, pero con sumo desinterés y clara intención de ignorar mi existencia. Ellos eran demasiado importantes como para ponerme atención. Evidentemente, me asusté más.

Dicté mis primeras clases, sabiendo que no estaba logrando absolutamente nada. Por un lado, todas las actividades que planteaba eran desarrolladas en tan poco tiempo, que siempre me quedaba faltando qué hacer por al menos media hora de clase y no porque dejara actividades fáciles, sino porque el sistema de “colaboraciones académicas” estaba tan bien desarrollado que a nadie le importaba esforzarse mucho más que para pedirle la hoja al que más sabía y a éste último le daba igual si se copiaban o no, a fin de cuentas, ya se podía desempeñar en un nivel altísimo de inglés (a mí me había tocado trabajar con los más avanzados). El colegio trabajaba, en aquel entonces con un libro, que recientemente acababan de comprar, pero decidí ignorarlo por completo (era muy fácil para ellos y tenía que cambiar de estrategia) y me dediqué a trabajar en lectura de literatura, junto con producción de escritos académicos, que eran imposibles de copiar (pero no de mandar a hacer, como me vine enterando después).

Allí fue entonces que conocí a la que sería la primera de decenas de estudiantes que me ayudarían a cambiar mi visión sobre los adolescentes. Se vestía de negro casi todos los días, no parecía asear su cabello con demasiada frecuencia y cuando hacía desorden en el salón de clase, todos sus compañeros la seguían ciegamente. Si les hubiera solicitado que se tiraran del balcón (como dice el dicho de profesor barato) probablemente lo hubieran hecho (y si nos atenemos a los extraños registros de anécdotas del pasado del colegio, habrá quien diga que aquello sí terminó pasando). En resumidas cuentas, un problema andante. Excepto que escribía de manera maravillosa, comprendía a profundidad la intención de mis tareas y se leía hasta las introducciones y pies de página de cuanta tontería le ponía a leer. Inocentemente, le comenté a Germán Neuta, en aquellos días coordinador, la sorpresa que me causaba esta persona. Recuerdo que me sonrió como si le hubiera recordado que el agua moja “Es la mejor estudiante del colegio” me dijo y procedió a mostrarme las notas: La plana de la E.

Luego descubrí que su amigo, el punk de cabello espinoso y botas de puntas de plomo, que parecía haber provocado la profusa salida de sangre en los cuerpos de sus enemigos, tenía la misma costumbre cuando encontraba atractivo alguno de los textos que le dejaba. Opté por dejarle escoger lo que quisiera leer (y para mantenerle el ritmo, me tocaba leer el material adicional que él me colocaba) y así generar algún tipo de diálogo constructivo. De modo similar, terminé encontrando otras habilidades en cada uno de esos adolescentes mal vestidos (por elección), que habían llegado a un colegio con fama de reformatorio.

Tras este cambio en mi metodología noté que las interacciones al interior de la clase eran mínimas, casi que irrelevantes, comparadas con la calidad de las interacciones al salir del salón. Libres de las convenciones de otros colegios, donde a veces hasta prohíben todo tipo de contacto físico con los docentes y cada estamento es intocable (“no vaya y sea que me demanden o me toque demandar a alguien”), los estudiantes del Colegio Bilingüe de la Universidad el Bosque carecían de pena y tan “entradores” como eran y siguen siendo, aprovechaban cada segundo de sus descansos y almuerzos para chismosear todo lo que pudieran a docentes, compañeros, directivas, vendedores y demás. Lo sabían todo de todos y, de manera equivalente, si uno estaba dispuesto a dejar de ser el “docente”, “profesor” o “educador” distante, uno terminaba enterándose de otras tantas actividades más del mundo adolescente. Supongo que el hecho de que yo tuviera 21 años y algunos de los estudiantes tuvieran 17 o más facilitó mi cercanía con este grupo de rechazados. Pero luego descubrí que profesores mayores que yo (mucho mayores) lograban construir estas sanas interacciones y formar seres humanos, más allá del limitado conocimiento derivado del salón de clase. Germán Neuta siempre me dijo, “usted no está sacando filósofos, químicos o físicos de un colegio, usted está tratando de hacer personas y el conocimiento es un vehículo para eso, no el objetivo”. Y, sin embargo, estos chicos feos, mal hablados, odiados por más de uno en la Universidad eran de lejos, las personas más inteligentes que había conocido en la vida ¿cómo habían terminado por fuera de colegios tan prestigiosos como el Richmond, el Rochester, El Refous, El Nueva Granada, La Salle del Norte, etc. (miren la lista de los primeros diez colegios en la prueba saber 11, de allá venían el 90% de los estudiantes del colegio)?

A la institución volví el primer semestre de 2009, esta vez como docente de tiempo completo (¿dónde más podría un recién graduado semejante oportunidad?) y para dictar otras dos materias que por mi afinidad mental (dicho de manera más simple, sabía mucho del tema) podía dar a los estudiantes en lengua inglesa: Filosofía y Cultura religiosa. La primera era más teórica y resultaba en cátedras de historia de la filosofía, pero para la segunda materia contaba con libertad absoluta ¿la razón? La materia era nueva y debía diseñar el programa a mi antojo (y el del ministerio de educación, por supuesto). Basado en las teorías de Mircea Eliade, en particular las mencionadas en el libro que acababa de leer “El Mito del Eterno Retorno”, se me ocurrió un programa que, al día de hoy, con menores modificaciones es el que se dicta (y he vuelto a dictar) en esta materia. ¿En qué otro lugar un recién graduado podría tener la oportunidad de libremente guiar a sus estudiantes por el laberinto de su propio conocimiento?

Y así, en este ambiente libre de ataduras catedráticas, conocí las historias de cientos de personas que habían sido rechazadas por un sistema que no los entendía; un sistema que decidió ver sus cortes de cabello, el color de sus uñas, la cantidad de tela de sus vestiduras, el estilo de su maquillaje, sus orientaciones sexuales y otras tantas condiciones circunstanciales, por encima de sus capacidades intelectuales y emocionales; un sistema que decidió ver un problema, en vez de una oportunidad y que en vez de tratar seres humanos, decidió que eran escoria, viruta, residuos olvidables y aislables a lo más recóndito de la educación colombiana. Con el actual cierre definitivo del colegio no puedo evitar preguntarme ¿Dónde más serán tratados con altura y respeto estos muchachos que a la larga no le han hecho daño a nadie?

Desde el principio me pareció paradójico (supongo que ese es el término adecuado) que el lugar diseñado para dar educación de calidad a los anormales del mundo, fuera también considerado anormal para la Universidad que lo fundó ¿Acaso el colegio desvió el camino de lo que querían los fundadores? Permítanme dudarlo, pues la misión de la institución siempre fue la de ser una alternativa en educación y cabalmente, año tras año, el colegio ha cumplido con ese objetivo. Supongo, más bien, que algunos no comprendieron (y luego fueron incapaces de soportar) el significado real de ser una alternativa, pues no se puede hacer algo distinto en educación, dándole clase a estudiantes normales. La población de un modelo alternativo ha de ser tan alternativa, e incluso más que el modelo que la precede.

Era fácil encontrar a profesores de la universidad y una que otra directiva de aquellos días referirse al colegio como una “rueda suelta” donde una “manada de criminales, drogadictos” (y otros términos que, por respeto a los lectores no pienso reproducir), pretendía educarse a costas del prestigio de la Universidad el Bosque y yo me sentía como una especie de cantante chileno, pidiéndole a todos que se unieran al “baile de los que sobran”.

Luché por mantener el prestigio de mis estudiantes y enseñarles que ser raro y distinto no era algo malo, que ser rechazado y tildado de incapaz por la sociedad no era motivo para rendirse, que ser juzgado por la apariencia era la actitud más común en el mundo y que irremediablemente serían mal vistos, tanto por su pasado como por su presente, pero que eso debía ser motivo para seguir adelante y demostrarle a todos, a sus compañeros, a sus profesores, a sus padres, a la Universidad el Bosque y las demás Universidades donde estudiaran que podían ser los mejores. Esta misma lucha la mantuve cuando tuve el privilegio de ser ascendido a coordinador académico y durante todo este proceso, junto con el rector Germán Neuta, procuré cambiar la imagen que se tenía del colegio, lo que nos permitió logros diversos que incluyeron eventos académicos articulados con la Universidad, resultados excelentes en el Índice Sintético de Calidad Educativa, nivel muy superior en la prueba saber 11, doble acreditación de calidad con el modelo EFQM y todo esto sin jamás traicionar la idea de encargarse de los estudiantes rechazados por la sociedad. Somos y hemos sido fuente de diversidad, aún antes de que los procesos de paz actuales lo pusieran de moda. Hemos educado a los que Steve Jobs llamaba “The Crazy Ones” y la mayoría de ellos han sido supremamente exitosos. Algunos incluso han sido secretarios académicos y profesores de esta universidad.

Pero no puedo negar lo inevitable, y al parecer ya es un hecho que la última promoción del Colegio Bilingüe de la Universidad el Bosque será la que veremos el primer semestre de 2018. Me entristece pensar que todos estos años de trabajo culminarán con una institución olvidada en el tiempo y que el lugar donde aprendí a ser profesor habrá de desaparecer; que el sitio único e irrepetible donde conocí a gente irremplazable ya no existirá; que edificio e institución serán borradas del mapa y que probablemente, todos estos estudiantes que huyan del sistema, jamás podrán encontrarse con una alternativa a la altura de sus expectativas. Es una lástima, es una tragedia, pero espero que de verdad sea lo mejor para la universidad; espero que cerrar esta unidad académica ayude al crecimiento real de la Universidad el Bosque y que no sirva solamente para alegrar a los detractores de un proceso de educación media que jamás se tomaron el trabajo de entender. En verdad espero que los beneficios derivados de este acto sean mayores que la tristeza que me acongoja a mí, a los docentes, estudiantes y egresados de este colegio de los últimos 18 años. Espero que todo este dolor valga finalmente la pena.

Placer y comprensión (ideas vagas y sin normas APA sobre el gusto en la música).

No se puede disfrutar lo que no se entiende y dicho de manera positiva, el placer es derivado de la comprensión. La razón por la que esto suena poco creíble es porque se asume, por un lado, que no hay nada entretenido en el entendimiento, que de este sólo derivan formulas o teorías, según la ciencia en cuestión, que necesitan de cirujanos del conocimiento escondidos en sus batas o ancianos macilentos marcados por las barbas y las canas de la sabiduría; por otro lado, se asume que el entendimiento siempre es un acto consciente y explícito y se ignora por completo (o más bien desestima) la capacidad humana de entender implícitamente o, lo que algunos llaman, de manera subliminal. Siendo esta última la más errada concepción, y que implícitamente cancela la primera, procederé a desarrollarla.

La prueba más clara de que el placer depende del entendimiento y que este a menudo sucede de manera subrepticia se encuentra en los chistes. Como bien (y mejor) explica Freud en alguno de sus libros, la risa es una respuesta involuntaria de placer que emite el cerebro cuando entiende la combinación o confusión de conceptos y contextos que surgen en la mayoría de los chistes. Dicho de otra manera, la risa es el placer humano o la alegría espontánea producto de una rápida serie de procesos intelectuales. Y esta noción es tan clara en nuestro discurso común, que no reírse de un chiste suele atribuirse o bien a que los espectadores no lo entendieron (probablemente por desconocimiento de los conceptos y/o contextos referidos en el chiste) o bien a que el chiste es bobo o flojo, que es una manera simple de decir que no se requiere demasiada capacidad intelectual para entenderlo.[1]

Mientras su cerebro mastica la noción previamente mencionada, les compartiré un trío de chistes:

“El último día de clases, los alumnos le llevaron regalos a la maestra. El hijo del florista le entrega un ramo de flores, y la hija del confitero, una bonita caja de bombones. En eso, el hijo del dueño de la licorería se acercó cargando con una caja grande y pesada. Al recibirla, la maestra se dio cuenta que algo escurría por la base. Con el dedo recogió una gota del líquido y lo probó.

‘¿Es vino?’ dijo tratando de adivinar.

‘No’ respondió el chico.

‘¿Champaña?’

‘¡No!’

‘Me rindo, ¿Qué es?’

‘¡Un perrito!’

-Mira, me compré un reloj.

– ¿Qué marca?

-Pues la hora, hombre

 

Did you know that you can cool yourself to -273.15˚C and still be 0k?

Continuemos.

Que el placer o el gusto derivan de actos involuntarios de entendimiento del cerebro es más difícil de notar en la música, porque es ésta una de las artes más poco comprendidas, y a pesar de ello, más usadas y “recontrausadas” entre la gente. Su nivel de complejidad es tan alto que su desarrollo suele incorrectamente atribuirse a alguna especie de talento innato o a compararse (correctamente, pienso yo) con la física nuclear:

Por ello mismo, cuando alguien dice que le gusta alguna canción o pieza de música en particular, suele creer que depende exclusivamente de algún tipo de efecto emocional irracional y no que (adicional y esencialmente) algo en su cerebro fue capaz de entender las intenciones razonables y analíticas de la combinación melodía, armonía, voces e instrumentos; como es de esperarse, los productores de música tienen esta idea tan clara, que es de hecho una especie de fórmula matemática, o receta de cocina que repiten a perpetuidad para conmover y vender mejor. A continuación, un video con una de esas recetas:

https://www.youtube.com/watch?v=oOlDewpCfZQ

Es posible encontrar técnicas similares en cada género musical y, a decir verdad, la mayoría de las canciones actuales de casi cualquier tipo pueden ser reducidas a una fórmula básica así: [2]

  1. Introducción: Serie de acordes con o sin melodía que suelen ser la base armónica de toda la canción, al estilo del bajo de pasacagglia, folías o chaconas del renacimiento.
  2. Estrofa: Sección melódica con letra cantada sobre la base de los acordes previamente establecidos
  3. Coro o estribillo: Sección de máxima emoción, casi siempre en fortissimo y con notas agudas, con frases repetidas de fácil memorización.
  4. Repetición de los pasos 2) y 3) con una nueva letra para la sección 2) (a veces repiten sección 1).
  5. Sección virtuosa instrumental o vocal.
  6. Repetición del coro para acabar la canción, ya sea que se repita varias veces y se baje el volumen o el coro tenga un cambio al final (a menudo basado en la introducción) que permita concluir la canción.

A continuación, tres canciones de géneros diversos con la estructura previamente explicada:

https://www.youtube.com/watch?v=UKQpRgxyyqo

  • 0:00-0:07 introducción
  • 0:08-0:27 Estrofa
  • 0:27-0:46 Coro
  • 0:47-1:28 Repetición de secciones 1) 2) y 3) (aunque la sección 1) dura un poco menos que al principio)
  • 1:28-1:47 Sección virtuosa instrumental. En este caso un sintetizador tratando de sonar como un clavecín barroco, acompañado de batería y un instrumento haciendo notas graves que podría o no ser la guitarra (no me suena a que sea un bajo eléctrico).
  • 1:47-2:28 Repetición del coro para terminar la canción. La conclusión es la repetición del estribillo acompañado de la guitarra de la introducción.

https://www.youtube.com/watch?v=cL7doi-X_Lk

  • 0:00-0:49 Introducción. En el Reggaeton y en general en los estilos derivados del Hip Hop (y de alguna manera corrompida del jazz, el latin jazz y a su vez de la forma rondó clásico), la introducción suele incluir el estribillo (una frase más corta que un coro que se repite varias veces).
  • 0:50-1:09 Estrofa
  • 1:10-1:28 Estribillo
  • 1:29-1:54 Estrofa. En este caso no se suele repetir el estribillo, porque supongo que hasta Daddy Yankee se cansó de andarlo repitiendo jejejeje.
  • 1:55-2:13 Sección virtuosa vocal.
  • 2:14-2:57 Estribillo para terminar, de hecho exactamente igual a la introducción.[3]

https://www.youtube.com/watch?v=FVTxmZOfOKQ

  • 0:00-0:07 Introducción
  • 0:07-0:23 Estrofa
  • 0:23-1:17 Coro
  • 1:17-2:25 Repetición de los pasos 2 y 3
  • 2:25-2:50 Sección virtuosa vocal
  • 2:50-3:43 Repetición del coro, con pequeñas variaciones en la voz principal para terminar la canción

La noción de forma canción, con estrofas y coro está tan implantada en la cabeza de las personas y es de tan fácil comprensión que genera respuestas placenteras inmediatas, comparables a rituales repetidos como, por ejemplo, quitarse los zapatos al llegar a la casa o ponerse pijama para dormir. Y más fácil comprenderlas, mientras manejando la misma estructura, presenten secciones que puedan ser reproducidas a la perfección por el que la escuche, ya sean secciones melódicas como “Hey Jude” (“Naa, na, na, nánana, naaaaaaa, nánana naaaaaa, Hey Jude”) o motivos rítmicos como We Will Rock You (¡Pum Pum Chis! ¡Pum Pum Chis!Pum Pum Chis!). Igualmente pueden ser reproducidas secciones enteras de rap (ya sea que vengan en hip hop, reggaetón o cualquiera de sus derivados) pues, aunque aprendérselas requiere de varias repeticiones y buena memoria (y cierta habilidad articularia), no le piden a la persona cantar o entonar una melodía, lo que las hace significativamente más fáciles. Adicional a lo anterior, si el tema del que trata la letra de la canción es identificable por la persona que lo escucha, con mayor probabilidad va a reaccionar positivamente.[4]

Ahora bien, la música llamada clásica no está exenta de estas fórmulas y recetas, pero es evidente que su número de seguidores es menor y la razón es simple: Sus recetas y fórmulas son, en general, más complejas y son desarrolladas en piezas o canciones[5] de mayor longitud. Una canción moderna dura entre tres y cinco minutos, como tiempo estándar, mientras que no hay una duración definida en la música clásica y puede tener desde piezas más cortas a significativamente más largas.

La primera noción difícil de entender, es el hecho de que una unidad de música clásica suele estar conformada por un grupo de piezas musicales llamadas movimientos. Por ejemplo, la famosa quinta sinfonía de Beethoven contiene cuatro de estos movimientos, de los que la gente suele solamente reconocer el primero, que es donde más evidentemente se escucha el legendario motivo, rítmico-melódico “cha-cha-cha-chaaaaan”. La famosa marcha fúnebre de Chopin, cuyas primeras notas suelen ser cantadas para denotar algo tétrico, es solamente el inicio parte de una pieza romántica y conmovedora, que es a su vez, uno de los movimientos de la sonata en si bemol menor Opus 35. A continuación la rendición de dicha sonata por el pianista polaco Krystian Zimerman. La famosa marcha fúnebre va desde el 14:38 hasta el 23:30.

https://www.youtube.com/watch?v=yWN9WC0NW3g

Acostumbrados como estamos a canciones sencillas (o singles, que llaman) la idea de que una canción esté formada por al menos cuatro cancioncitas ya es demasiado difícil de entender.

La segunda noción que considero de difícil comprensión en la música clásica es la del desarrollo de los temas. La fórmula o receta más famosa en el mundo de este tipo de música, probablemente sea la llamada “forma sonata”. En general, casi cualquier pieza que reciba el nombre sonata, sonatina, concierto, trío, cuarteto, sinfonía entre otras, es compuesta utilizando esta técnica de organización de ideas musicales. La descripción simple de la forma sonata menciona al menos tres partes en cada canción: [6]

  • Exposición
  • Desarrollo
  • Re-exposición o recapitulación

Pero cada una de estas partes tiene divisiones, con instrucciones específicas[7]. La exposición, por ejemplo, debe presentar dos temas, uno fuerte o “masculino” (acordes y escalas) seguido de uno débil o “femenino” (melodía con acompañamiento). El primer tema debe estar desarrollado alrededor de la escala principal de la sonata conocida como la tónica y el segundo tema alrededor de una escala vecina llamada dominante (cinco notas de distancia para ser más preciso, pero eso en música es casi lo más cerca que uno puede estar de otra escala). Durante la recapitulación se deben presentar estos mismos temas, en ese mismo orden, pero el tema femenino ahora también debe estar desarrollado alrededor de la tónica. La parte 1 y la parte 3 son, pues, matemáticamente predecibles. El desarrollo, sin embargo, debe hacer lo que su nombre indica, desarrollar el tema y en ese sentido es una sección de bastante libertad. Se puede combinar el tema masculino con el femenino, se puede pasar alguno o los dos temas por tonalidades (entiéndase escalas) que no sean tan cercanas como la dominante, invertir el orden de las notas de los temas anteriores o, si se es un compositor especialmente hábil, hacer todas las anteriores (y otras opciones que ni se me ocurren).

Nótese estas secciones en el primer movimiento de la sonata K457 de Mozart

https://www.youtube.com/watch?v=87LWNUI2-hg

  • Exposición
    1. Tema masculino 00:00 a 00:42
    2. Tema femenino 00:42 a 01:23
    3. Cierre de la exposición 1:23 a 1:28
    4. 1:28 a 2:57 repetición de a. b. y c.
  • Desarrollo 2:57 a 3:32
  • Recapitulación
    1. Tema masculino 3:32 a 4:10
    2. Tema femenino 4:10 a 4:53
  • Coda 4:53 a 5:17

La parte 2), la del desarrollo, es perfectamente inexistente en la música moderna y suele ser tan compleja que casi nadie recuerda cómo suena, porque se requiere de un entrenamiento previo para poder notar su existencia y si se escuchara aparte del resto de la pieza, pocas personas podrían relacionarla con su canción de origen. Por ejemplo, querido lector, haga el siguiente ejercicio.

  • Del link que va a aparecer abajo, el reconocidísimo valse de las flores de Tchaikovsky, escuche exclusivamente desde el 4:00 hasta el 4:35.
  • Luego escuche la introducción de la pieza desde el 0:00 hasta el 1:07
  • Luego escuche el tema II de la pieza desde el 3:27 hasta el 4:00
  • Luego escuche el tema principal de la pieza desde el 1:08 hasta el 2:20
  • Responda la pregunta mentalmente ¿puede usted coherentemente asociar esas cuatro secciones entre sí?
  • Escuche la pieza completa y note cómo el compositor une todas esas secciones tan dispares
  • Aplauda en su cabeza al gran Tchaikovsky y lloré en silencio al comprender su propia incapacidad :D.

https://www.youtube.com/watch?v=QxHkLdQy5f0

Estas dos dificultades (además de complicaciones armónicas y otras recetas y fórmulas esenciales en la música clásica que ignoraré por el momento) junto con la longitud variante de las piezas, son las dificultades principales con las que se enfrenta una persona que quiera escuchar música clásica y que reducen sus impresiones a frases como “esa música me calma, me tranquiliza” y similares, que si bien son en ocasiones válidas, le hacen a uno creer que en vez de piezas de compositores serios estaban escuchando melodía estéreo. El universo de la música clásica incomoda y desubica tan frecuentemente, que el auditor no entrenado suele aburrirse e incluso sufrir la interpretación de una pieza de cualquier compositor (casi lo mismo que le pasa a una persona cuando le toca estudiar filosofía) y por ello dista mucho de ser una experiencia placentera.

La intención entonces de este texto, al final de todo, es ayudar un poco a mis queridos estudiantes a la comprensión y por ende, disfrute de este tipo de música, y para terminar quisiera hacer una última aclaración. Algún lector un poco más avezado que yo, probablemente notará que mi idea de comprensión/placer, guarda una serie de similitudes con la idea de anagnórisis Aristoteliana. A ese lector, al que sí sabe de qué estoy hablando le pido disculpas, porque no pretendo decir nada nuevo, sino decir cosas complicadas de manera simple. Le ruego disculpe mis licencias y le pido que recuerde que por eso es que no uso normas APA.

[1] A veces también sucede que, aun entendiendo los conceptos, la conexión de los mismos no sucede con la velocidad necesaria para generar la respuesta espontánea de la risa. Podríamos decir que este caso es una especie de síntesis entre los dos casos anteriores.

[2] Cabe aclarar que dependiendo de los géneros hay variaciones en esta fórmula o estructura, pero la idea general todas las canciones es siempre perturbadoramente similar.

[3] A ciencia cierta, el reggaetón suele ser un poco más simple de lo que estoy sugiriendo. A la larga es más bien como Estribillo-Estrofa repetidos varias veces, después de una introducción breve. Esta estructura ayuda a la introducción de varios cantantes, dado que buena parte de las canciones de este género y el Hip Hop (y el jazz y latin jazz en el que se inspiran) funcionan a través de “colaboraciones” o “featuring” que llaman.

[4] Sin ir muy lejos o investigar la idea demasiado, podríamos decir que casi todas las canciones de cualquier género son (implícita o explícitamente) sobre sexo y amor.

[5] Para facilitar comprensión, utilizaré indistintamente los términos canción y pieza, me disculparán los puristas.

[6] En muchas ocasiones se encuentra una parte conclusiva llamada coda, que traduce literalmente “cola”.

[7] Estas instrucciones no son una camisa de fuerza, pero buena parte de los compositores, sobre todo los que pertenecen al periodo clásico (Haydn, Mozart, Beethoven, Salieri) las siguen con bastante rigor.