Sobre las cosas que no entiendo (55 de 365)

Los Ciclistas

Los ciclistas de la ciudad son personas que en muchos casos se aprovechan de la prioridad que tienen en las vías y andenes para ser groseros, egoístas y, francamente, tan malos como el azúcar. Su increíble capacidad para sentirse dueños y señores de todos los caminos les da el derecho, al parecer, de andar furiosos con peatones y conductores por igual, pues he visto y sufrido sus improperios tanto caminando para coger el Transmilenio, como manejando el carro. Son sencillamente intransigentes y lo más extraño, pésimos en su arte, pues de tanto que andan ofendiendo, chiflando y gritando a todo el que se acerca a cinco metros de su camino uno se pregunta si acaso es que nadie se tomó el tiempo de enseñarles que las bicicletas también tienen frenos.

Hacerse pasar por gringo, pero en lo malo (como si hubiera algo bueno)

Ciertas cosas se vuelven virulientas en internet y los influencers de turno hacen todo lo posible por unirse a la fiesta de los likes internacionales y esparcir ideas, que son en principio gringas, pero que quieren embutirle en los ojos como sea a los colombianos. Recientemente me llamó la atención la idea del Fast Fashion, fenómeno que me parece supremamente extranjero y alejado de nuestra realidad. Estoy seguro de que la mayoría de colombianos, si acaso logra comprar una prenda de marca, la usa tanto, que se vuelve irreconocible y al final nadie sabe si eso sólo una tela coloreada con aerosoles y comprada en el Facol; y luego si puede, se la hereda al más cercano, porque la platica no se puede perder. Eso, o termina siendo trapo para limpiar el piso y/o secar la loza. Ahora bien los pocos colombianos que tiene el suficiente dinero para vivir del Fast Fashion son el tipo de persona que se educó en el extranjero y probablemente vive allá, de esos que le dijeron “sí señor” a Jorge González cuando los invitó a quedarse con la riquísima cultura de Italia y de Alemania, y que ahora. tras sentirse culpables de su privilegio, deciden convertirse en influencers de pacotilla de la más alta (clase) moral.

Los paquetes de comida que me juzgan

Honestamente, ya tengo bastante con mis propias técnicas de autosaboteo, como para que además ahora venga la comida a juzgarme diciéndome cuántas porciones trae, que tiene muchísimos ciclistas (digo, azúcar) o está bañada en el exceso de sodio. Ya de por sí mucha gente se siente culpable por atreverse a comer por sus propios medios, ahora además un sello negro fatídico le exacerba el trauma con amenazas de muerte. Además ¿de dónde sacan que eso funciona? ¿Cuándo fue la última vez que vieron a un fumador dejar de comprar cigarrillos, sólo porque la cajetilla dice que se va a morir de cáncer, o al consumidor de alcohol dejando la botella al lado únicamente porque se supone que está consumiendo algo que es perjudicial para la salud? Me temo que, además, al final aumentarán las ventas de estos productos, porque no faltarán los atrevidos que querrán vivir sus vidas al extremo, alimentándose a punta de papitas con coca cola, solamente para rebelarse contra el sistema.

Esas son las cosas que no entiendo por ahora.

Sonata Op. 13 II Adagio Cantabile (54 de 365)

Recuerdo que de niño mi hermana practicaba la mano izquierda del segundo movimiento de esta sonata y, aunque en el momento no sabía lo que hacía, años después, cuando me senté en el mismo piano a tocar las mismas notas, me di cuenta de que todo se debía a que estaba asegurándose de que el canto de la voz del bajo no se perdiera en el río de polifonía que resulta de la obvia melodía de los dedos cuatro y cinco de la mano derecha y el fluído acompañamiento de las voces intermedias. También recuerdo y todavía admiro la sutil gracia con que su mano derecha saltaba por encima de la izquierda para atacar de manera impecable los mordentes del primer movimiento. Del mismo modo, conservo en la fotocopia que me legó de su libro las anotaciones de portato, más crescendo y otras indicaciones de mano de su maestra que seguramente la estaba presionando a más no poder para conseguir una magnífica interpretación de uno de los movimientos de mayor dificultad melódica de todo el repertorio, no solamente de Beethoven, sino de la música clásica en general.

El resultado, que probablemente escuchamos unicamente los que vivíamos con ella (porque los exámenes del conservatorio muy seguramente no dejaban que nadie sacara con tranquilidad su potencial en un salón contaminado con un gélido olor a cigarrillo viejo y resabiado) es la que para mí siempre será la mejor rendición posible de la Sonata Patética de Beethoven (epíteto que le atribuyó el editor y que en aquel entonces era sinónimo de trágico y conmovedor, entendiéndose su origen en el pathos griego).

Aún hoy, cuando toco los primeros acordes me traslado a mi infancia, cuando bajando al primer piso me encontraba con las vibraciones dulces de la practica de mi hermana, quien lograba engalanar de poética melancolía una tarea de sociales o la búsqueda de comestibles a la hora de las onces. Recuerdo también que al escuchar a Barenboim o a Schnabel me encontré con versiones desprovistas de toda belleza y sentimiento. Tal vez no conocían ellos lo que significaba realmente tocar un Adagio Cantabile (en la bemol mayor, como les decía de las más hermosas y conmovedoras piezas de Beethoven), pues jamás se enfrentaron al sonido del piano Pleyel que combatía contra tres hermanos menores, un Chevrolet Belair que escapaba al horizonte luego de dar el reloj las cuatro y media y el incesante locomotivo de la olla a presión suavizando los alimentos. Ninguno de estos grandes pianistas realmente supo lo que era tocar a Beethoven y revivir su tragedia en un recóndito barrio del sur de Bogotá.

Pobres innobles, ellos y ustedes también, que en vez de escucharla a ella, me tendrán que escuchar a mí.

A menos, claro, que ella también se atreva a grabar la sonata y les explique con sus dedos lo que yo apenas puedo acariciar con mis palabras.

Ente tanto, he aquí mi versión:

El puente II (53 de 365)

La verdad es que todos los conductores de carro sueñan con poder atropellar a los transeuntes y esto porque a pesar de tener mejores sistemas, al igual que el motociclista o el ciclista, preferirían jamás presionar el freno. Estos últimos, dioses entre los hombres consideran que cualquier cosa que se pase por su camino debe ser víctima del pito, chiflido, grito o cuanto ataque a la integridad del peatón crean apropiada por sentirse dueños del camino, dioses del asfalto y maestros del andén. Pero estos hacen ruido porque si golpean algo, probablemente se matan; los carros, en cambio no hacen ruido adicional al del motor y seguros de poder salir inmunes, al menos en lo que a salud se trata, por un instante consideran, y con peligrosa seriedad, mandar a volar al caminante y ver si se parece lo que pasa a lo que veían en GTA.

Pero al final frenan o cambian de carril, sintiéndose ofendidos por no poder seguir acelerando y teniendo que olvidar de repente su deseo de destrucción.

Y esto también es culpa del puente, que de ser elevado no afectaría el tráfico, pero no hay más opción que atravesar corriendo y rogando porque nadie se crea Carl Johnson y que del peligro de la velocidad se pueda pasar al peligro de la estrechez del camino y el ladrón pasajero.

Entre tanto, nadie le cree a los taxistas. Porque si dicen hambre, los ven gordos:

Y si hacen paro que sea muy lejos, allá no van:

El camino por el puente, tan vacío como el Transmilenio de ida, pero no tanto como el de vuelta.

Los cuernos de la luna descansan sobre una nube.

El puente I (52 de 365)

Parece de noche y el caminante se enfrenta a las bicicletas, los carros y el puente delgado de barandas amarillas que sobre el pequeño río podrido es la única vía para llegar al transmilenio. Allí, un hombre con una bolsa de basura en la mano izquierda cruza primero y amenaza con estrellar al caminante si este no se retira de su amplísimo círculo de influencia.

El caminante se afana y pretende ignorar a su contrincante que al encontrarse con su cara le grita en el oído, en un perfecto y sospechoso discurso inglés “Wake up!”

Se cruzan e ignoran, como si realmente no hubiera razón para despertarse.

El puente ya está en la espalda del caminante y su contricante ya va llegando a la casa.

Caen gotas de lluvia.

El gato (51 de 365)

En la mañana está tan dormido como en la noche.

Me persigue cuando salgo, a ver si logra dejar sus pelos en el tapete del quinto piso donde sabe que vive un perro. El perro a veces lo huele y le ladra, pero al gato le da igual.

A menudo llega al séptimo piso y hace equilibrio en un alar blanco. A menudo también espera a que lo carguen hasta la casa y se despide con un maullido.

El maullido se escucha hasta el primer piso y parece que estuviera articulando la sílaba mgwaoo sin cesar.

Casi siempre persigue el sol que se asoma por la ventana, a menos que se quede sobre la silla, cuando lo deja escaparse porque es más cómdo dormirse donde está. En esos casos le muevo la silla para que siga disfrutando de los rayitos.

Apenas llego me maulla con fuerza hasta que me acueste en la cama, de modo que pueda sentarse en mis piernas que le sirven de apoyo y fuente de calor.

En esos momentos le tomo fotos y me da envidia no ser gato.

El gato me pone el cuello para que lo acaricie. A veces lo hago y a veces no.

Duerme de nuevo sobre mis piernas. No paro de mirarle las orejas.

Resumen hasta ahora (50 de 365)

Estoy contento. He logrado manteneer mi promesa de escribir un post al día, aun si a veces he tenido que subir de a dos o a tres para cubrir esas jornadas en que por trabajo o distintas preocupaciones cotidianas me he atrasado. En general me ha gustado la experiencia. Creo que no tengo demasiados lectores, pero de pronto algún día esto llega a la persona correcta y me vuelvo virosis o como sea que le llaman los jovenes en estos días a ser reconocido públicamente por alguna habilidad. Aquí va, entonces, una especie de balance de los 50 posts, incluído éste y sus posibles categorías. Los números que aparecen primero son el lugar en que corresponden los posts en la seguidilla total y el número que aparece después del igual es la cantidad de posts en dicha categoría:

Reseñas de libros: 49, 40, 29 = 3

Cuentos: 48, 42, 32, 14, 10, 8, 7, 6, 4, 3 = 10

Proyecto movimientos lentos de Beethoven: 47, 39, 37, 26, 19, 12, 5 = 7

Reseñas de los óscares: 46, 41, 34, 28, 27, 13, 11 = 7

Reflexiones personales: 50, 45, 44, 43, 38, 36, 35, 33, 31, 30, 25, 18, 17, 16, 15, 9, 2, 1 =18

Flashbacks inspirados por Whiplash: 24, 23, 22, 21, 20 = 5

Gracias a mis fieles lectores, si los tengo. Y también a los casuales. Nos vemos mañana con un nuevo post.

Reseña de Maldito Karma de David Safier (49 de 365)

Creo que debo empezar por expresar lo sorprendente que fue para mí encontrar un libro de este estilo en la voz de un autor alemán. Digamos que una combinación de estereotipos y circunstancias históricas particulares me habían llevado a siempre esperar de esa zona geográfica algún nivel de teoría súper compleja (pues en algún punto de la vida le enseñé a mis estudiantes sobre Leibniz, Kant, Hegel, Nietzche y otros tantos pensadores germanos) algún trágico recuento de las guerras mundiales (en voz de Günter Grass, por ejemplo) o una ingeniosa combinación de las dos a través de las voces de la literatura fantástica (entiéndase Michael Ende o el menos conocido pero igual de brillante Ralf Isaú); por lo anterior, encontrarme con un libro de ficción construído alrededor de un entendimiento práctico de la idea del Karma, que además trata de asuntos cotidianos y tiene chistes (¡!) me dejó tan profundamente sorprendido, que no pude dejar de leerlo y prácticamente lo terminé en una sola sentada.

Hay que admitirlo, disfruté el libro y pasé un muy buen rato leyéndolo, riéndome de vez en cuando e imaginándome participar de algunos de los escenarios planteados, como si fueran no sólo verosímiles, sino además lugares aceptables para la tranquila reflexión sobre el día a día. Una fresca bocanada de aire que le devuelve a uno las ganas de leer después del pomposo y sobrevalorado desastre que es Proust.

Ahora bien, (spoiler alert) el final no me gustó, porque al final del camino me parece que no es justo con los personajes y sus historias. Termina premiando a la protagonista y castigando a su ¿antagonista? únicamente porque, cual comedia romántica, sus intenciones amorosas resultan reveladas como malignas por un conveniente giro del argumento con un gato y una iglesia en ruinas. Kim aceptando que la vida de su familia había seguido adelante e incluso mejorado tras su partida me hubiera parecido un final mucho más sensato; pero supongo que, por un lado, el libro es de tono sarcástico, por lo que de ese modo resulta burlándose de sí mismo y las reglas tipo My name is Earl que planteó sobre el Karma; por otro lado, Rowling arruinó para siempre la posibilidad de que los autores le permitan tener un final lógico a sus personajes, en aras de convertir en “rosita” lo que necesariamente es gris y muchas veces tira a negro [Lily Potter usó magia negra para convertir a su hijo en un Horcrux a través de su propio sacrificio, y la parte del alma de Voldemort que habita en Harry aún está con vida, puesto que solamente la espada de Gryffindor o el veneno de un Basilisco podría matarlo, de esta manera, el único final lógico era la muerte de Harry; al no ser así, Voldemort todavía está vivo en Harry (o sencillamente debería haberse muerto, porque en el libro dos el veneno mató al Voldemort interior y dejó al Harry que habría muerto por el hechizo de Voldemort en el libro siete… ilógico y mediocre, sencillamente)], por lo que un final feliz para el protagonista es lo que deben hacer todos los autores ahora si quieren ser publicados ¿Será que George R.R. Martin está sufriendo por este dilema y por eso no termina su libro?

El caso, volviendo a Safier, les aseguro que van a disfrutar el libro y se van a entretener un montón.

Over and out!

Las aventuras de Dreamy Love (48 de 365)

Aquella mañana, mientras Dreamy Love recogía la sospechosa canasta que apareció ante su puerta, con horror descubrió, casi más que recordó, que el pánel solar que había ordenado desde hacía dos meses, todavía no llegaba. Se puso furiosa, como era de esperarse, pero su sentimiento no duró demasiado, ya que la canasta comenzó a gritar y clamar por comida que Dreamy evidentemente no tenía.

Corrió por su teléfono, abrió la aplicación Puerta-Carrera y pidió lo primero que parecía alimento de humano diminuto junto con una dona y cafés de su local más cercano.

El café llegó frío y la leche de tarro jamás apareció. Primera llamada

“Buenos días señora, servicio al cliente de Puerta-Carrera ¿en qué puedo ayudarla?” Suenan los gritos desesperados de un pequeño hambriento

“Mi comida llegó fría y tengo un bebé. Yo no quería ser mamá” (y realmente no lo era, pues el bebé no era suyo) “¡Silencio bebé!”

“Señora, le pido disculpas por las molestias causadas ¿podría decirme su nombre o número de pedido por favor?” Ahora es la señora quien llora

“Mi nombre es Dreamy Love y tengo un bebé”

“Tengo aquí un pedido a su nombre, señora, y el sistema me dice que el tarro del niño fue depositado en su puerta”

“¡NO ES CIERTO! AHÍ NO HAY NADA ¡SILENCIO BEBÉ” se escucha el sonido de una puerta que se abre y lo que sospechosamente podría ser un tarro golpeando la puerta

“SU SERVICIO ES HORRIBLE Y SU EMPRESA ES LO PEOR”

“¿Hay algo más en lo que pueda ayudarla?” La llamada se corta y no se escucha nada más.

(…)

Dreamy debía ir al Paredmecado a dejar el carro que había alquilado en Riano, pero en el camino se estrella y la policía llega a pedirle los papeles que olvidó en su casa. Desesperada, Dreamy hace una nueva llamada.

” Buenos días señora, servicio al cliente de Riano ¿en qué puedo ayudarla? Se escucha una sirena de carro de policía junto con la melodía claxónica de una avenida en trancón. Una mujer llora

“ESTOY AQUÍ TIRADA EN MEDIO DE LA NADA Y UN POLICÍA ME VA A LLEVAR A LA CÁRCEL PORQUE USTEDES NO DEJARON LOS PAPELES DEL CARRO EN LA GUANTERA”

“Señora, dónde se encuentra”

“EN UNA ZONA CON CARROS QUE VAN EN LAS DOS DIRECCIONES Y TENGO UN BEBÉ”

“Señora ¿podría decirme la placa de su vehículo para ubicarlo con el GPS y enviar a la aseguradora en su dirección?”

“la placa es XXX569, VENGA RÁPIDO POR FAVOR”

“El asegurador está en camino. ¿Desea hacer una encuesta de servicio al…”

“POR QUÉ NO MÁS BIEN SE VAN A LA…” la comunicación, convenientemente, se corta.

(…)

En una ambulancia, Dreamy llama ahora a la compañía de los páneles solares.

“Buenas tardes señora, servicio al cliente de Techosol, ¿en qué puedo ayudarla?

“Estoy en una ambulancia”

“Nosotros vendemos páneles…”

“YO SÉ QUE VENDEN PÁNELES SOLARES. NECESITO QUE INSTALEN EL PANEL QUE ME DIJERON QUE IBAN A INSTALAR HACE DOS MESES.”

“¿Cuál es la dirección de su casa?

“Mi nombre es Dreamy Love y vivo en el 123 de la calle Carranchín”

“La dirección que tenemos a su nombre es el 132 de la calle Carranchín”

“¡USTED CREE QUE NO SÉ DÓNDE VIVO! ¿ACASO NO ESCUCHA QUE ESTOY EN UNA AMBULANCIA?

“Con gusto corregiremos la dirección y le estaremos enviando su pánel en el transcurso de la semana”

“LOS VOY ES A ENVIAR A LA” la señal el interior de una ambulancia no siempre es la mejor.

(…)

Dreamy Love llega a su casa tras haber tenido heridas menores y descubrir que el bebé es realmente un muñeco. De hecho, está sentada en frente de un computador con una diadema en la cabeza. Todo está bien. Es sólo un día más de entrenamiento.

Sonata Op. 10 No. 3 Largo e mesto (47 de 365)

Este movimiento, al igual que el Menuetto de la Sonata Op.10 No.2, se encuentra en modo menor y el efecto de aquello es evidente desde el primer acorde. También es evidente que Beethoven quería experimentar con sonidos más graves por lo que la melodía de los agudos se ve siempre magistralmente acompañada de una voz independiente que a menudo termina por opacar, tanto por su belleza como por su oscuridad, a los intentos de escape de la mano derecha. Al final, lo más interesante que sucede con esta pieza se encuentra sin lugar a dudas en la mano siniestra.

Pero debo decir además de este movimiento que durante muchos años lo evité porque no lo entendía. Efectivamente, no es un movimiento que pueda caracterizarse con la palabra “bonito” y para una mente joven acostumbrada en aquel entonces (me refiero a cuando lo escuché e intenté tocar por primera vez) a las ligeras melodías de Mozart, por un lado, y a la búsqueda de nostálgicas canciones romanticonas por el otro, era bastante raro encontrarse con un Beethoven que no sonaba a nada que hubiera buscado o relacionado con él en lo que llevaba de conocerlo y así prefería evitarlo cogiendo otro CD del paquete, apenas empezaba el primer movimiento de la sonata (en esa época no había botón de skip, ni tampoco propagandas recordándole a uno que ni por el chiras va a andar haciendo clic en el banner para tener dos meses gratis sin propagandas). También hay que tener en cuenta que es un movimiento especialmente largo, tanto por lo lento como por su longitud, aún más largo que el de Adagio de la Sonata Op. 7. y uno no siempre cuenta con el humor o la resistencia física para este tipo de música.

Sin embargo, un día me puse en la tarea de escuchar las 32 sonatas de piano de Beethoven en su orden cronológico y en pleno juicio de mi tarea me permití escuchar nota a nota la sonata Op. 10 No. 3 y me di cuenta de lo tonto que había sido al huír de estos cuatro movimientos. Porque los otros tres son luminosos, casi que sospechosamente alegres pero este Largo e mesto es una de las mejores representaciones de un sentimiento del que naturalmente huímos pero deberíamos aceptar, así como hemos aprendido a tolerar otras tantas cosas, tal vez menos importantes, en nuestra realidad.

Este movimiento (que creo que por primera vez subo con un video que me gustó como toqué) es la representación, al menos en mi entendimiento, de nada más y nada menos que una tragedia. Lúgubre y espinosa de principio a fin, he aquí mi interpretación:

Reseña de ligero desvío de los Óscares (46 de 365)

The Whale

Nota aclaratoria: No sigue este post la seguidilla de las películas de los óscares, puesto que lo nominado aquí fue el actor y no todo el film.

Cuando he tenido que ayudarle a alguien a escribir un ensayo, tesis o incluso correos electrónicos, mi consejo repetido siempre ha sido que uno debe procurar escribir de la manera en que habla o bien, imitando el discurso natural oral de quien escribe. Esto, porque creo con cierto nivel de firmeza que cuando se utilizan modelos de párrafos o plantillas prediseñadas lo único que se logra es volver artificial un proceso que en su origen siempre ha pretendido imitar lo sonoro para conservarlo en el tiempo a través de otros sentidos. De esta manera, si lo que se pretende es escribir más académicamente, lo primero que debe hacer una persona es aprender a hablar de manera académica, de manera que al escribir logre imitarse a sí mismo y no a sus profesores o al manual de escritura. La cosa es que las universidades enseñan a escribir como quien enseña a resolver el binomio cuadrado perfecto y el resultado son cientos de miles de publicaciones científicas que nadie en su sano juicio querría leer más allá del abstract o las conclusiones del estudio. Todo el conocimiento de las nuevas generaciones resulta perdido en un mar de capitalistas intenciones regidas por la demosatánica APA.

De ahí que uno de los detalles que más disfruté de la película de Brendan Fraser fue cómo logró hacer de los ensayos un leit motiv convincente, conmovedor, a veces desgarrador y finalmente liberador. Un mensaje accidental acerca de la escritura académica que surgió de una historia sobre todos los vericuetos de las relaciones humanas. En definitiva, una excelente obra de teatro que vale la pena contemplar.