Hablando de Mayo

Madres en el mundo hay muchas, pero de cada uno sólo hay una, como dice el viejo refrán (¿el refrán del viejo?¿el viejo del refrán?) y debo decir que es cierto eso que dicen de que uno aprende a valorar mejor buena parte de los sacrificios de las madres una vez tiene sus hijos propios. El embarazo es, literalmente, una pesada carga que culmina con acto hospitalario doloroso tanto física como emocionalmente, rodeado de la incapacidad innata masculina de entender cualquiera de los dos dolores previamente mencionados. Pero la cosa empeora, pues sigue la lactancia, muestra básica de la desconsiderada e ingrata actitud que todo buen hijo muestra cuando tiene hambre: “te voy a chupar la vida así te duelan hasta las… los…” bueno, me entendieron.

Yo soy un niño llorón y tragón, así que supongo que debo haber sido especialmente mamón (¿mamón?¿sí? ¿entendieron? :D) en estos aspectos alimenticios y si las anécdotas respecto a mi infancia son acertadas, se cuenta que pasaba días enteros sin comer más que leche y algún antojo que medio balbuceaba cada vez que me daba la gana de hacerle gastar más plata a mi madre: “¡quiero pizza! ¡de Jeno’s!” Y Jeno’s era caro, pero con tal de aliviar el hambre (¿capricho?) del pequeño Benjamín, esa semana mi mamá almorzaría menos o cogería sólo un bus y caminaría más, o quién sabe qué maromas haría para poder consentirme a mí y a mis hermanos.

Junto a la lactancia están las noches de sueño intranquilo, porque uno se la pasa creyendo que el vástago se va a morir ahogado por la almohada, por la cobija, por la sábana, por la lluvia, por el sol… el universo se convierte en un lugar hostil (al menos mientras a uno se le pasa el trauma de primerizo)  y por ello no me cabe la menor duda de que Happy Tree Friends es un show pensado por un grupo de padres primíparos y sus miedos naturales. En particular le pregunté a mi mamá si a uno se le quita el miedo de que sus hijos se vayan a morir durmiendo y me contestó, que recientemente uno de mis hermanos había llegado muy cansado de un viaje de bicicleta y se había quedado dormido durante más de cuatro horas; mi mamá no dejaba de revisar si respiraba cada vez que pasaba al lado de la habitación.

Y luego están los pañales, las citas médicas, las vacunas, el transporte por la ciudad, las inclemencias del clima (además que en esa época sí llovía todos los días, no como ahora que medio caen un par de gotitas y ya todo el mundo se queja del frío) y en mi caso particular, cuatro hijos jodiendo para llegar al conservatorio, al colegio, a la escuela de fútbol, a la universidad, a la esquina etc. Y todo ello sin reproches (más allá de los que uno se merece como el de quedarse dormido o no bañarse rápido o vestirse mal), pues cada acto fue llevado a cabo con el convencimiento puro de que se hacía para crear un gran ser humano (sin embargo, salí yo jejejejeje).

Afortunadamente, todavía cuento con mi mamá, una inteligente señora, maestra en la resolución de crucigramas, sudokus y similares, profunda pitoniza, hechicera de las finanzas, capaz de recorrerse media ciudad con tal de saludarme a mí o a mi hija, con más fuerza emocional que una manada de toros y que todavía anda dispuesta a sacrificarse por sus hijos como lo ha hecho siempre. En resumidas cuentas, si algo he tratado de decir hoy con mi redacción mediocre es que nada, absolutamente nada, de lo que yo haga o haya hecho por mi mamá es medianamente comparable a lo que ella ha hecho y sigue haciendo por mí. La relación de los hijos con sus madres es una deuda imposible de cubrir y supongo que mis hermanos y hermana sienten lo mismo que yo.

Básicamente, gracias mamá por ser quien eres y “que disculpes” las mordidas, insolencias y cagadas…de pañal 😀 😀