De drogas y ciclistas oportunos (30 de 365)

A veces Google no sirve para nada y seguramente es Compensar mismo quien retira deliberadamente de maps sus sedes de farmacias, de modo que nadie se atreva a solicitar las medicinas que por derecho han de entregarle a sus cotizantes. Sin embargo, llevado por señas de la celadora más cercana, es fácil ver ahora a la graciosa pareja acercarse al local, más práctico y menos lujoso, donde se entregan las drogas que pasando la calle prometen los residentes de los inmensos ventanales. Allí, él toma el turno mientras ella espera bajo el sol vespertino, como sospechando que de pronto también había que intentar hacer fila. 42, dice el papelito y 92 el contador. Felizmente, sólo hay que esperar cincuenta turnos para ser atendido. El contador avanza en guisa parsimoniosa y la ciudad se va extinguiendo en el mar de grises de la noche que llega.

Difícilmente podría durar aquello menos de una hora pero el miedo a los ladrones transeuntes lleva a un muchacho, debidamente turnado con el número ocho, a acogerse a la bondad de la muchacha de cabellos rubios y solicitarle amablemente que si por favor le cuida la bicicleta a cambio del otro turno que tiene guardado. Le muestra un sagrado número once que reducirá al menos media hora de toda espera. “¿Y qué me dicen del qué dirán?” pregunta ella, sospechando que todos los demás saben que el turno original no era tan bajo como el encontrado. “Hicimos una buena acción y junto a ella recibimos una recompensa” dice él, procurando reducir la vergüenza que seguramente sentirá una vez llegue con el turno 39 puntos menor que el que otrora tenía.

El frío los envuelve, el muchacho de la cicla finalmente huye hacia la más pura bogotanidad y el 11 magistral se eleva llamándolos a recibir los beneficios dotados por un angélico ciclista de dobles turnos y favores repentinos. Su nombra para siempre desconocido y su resultado, la envidiosa mirada de los sentados en la sala, preguntándose cómo recibió aquel un turno tan bajo, cuando llegó tan tarde.

En breve las medicinas en la mano y en lo alto la luna, como cuernos elevados en la sonrisa de un gato que se ríe de nosotros.

Comentarios sobre “La Novia Oscura” de Laura Restrepo (29 de 365)

Para los seguidores que me han solicitado terminar la hitoria de Bessie y Mary y los que el día de hoy esperan la siguiente reseña de las películas nominadas al Óscar les solicito que tengan un poco de paciencia, pues por el lado de la historia de IA no he logrado inspirarme para terminarla y por el lado de las películas de Óscar todavía hay algunas que no he visto, así que pondré la siguiente reseña una vez halla visto la siguiente película. Entre tanto, hablaré del libro que hoy terminé de leer: La Novia Oscura de Laura Restrepo.

Es la primera vez que leo a esta autora y honestamente desconozco cuál sea la obra por la que ella sea más reconocida, así que todo fue más un aproximamiento casual con pocas pretensiones.

En términos generales, el libro es una especie de crónica que reconstruye la historia de una prostituta, la Sayonara, a través de los retazos de relatos que le entregan a la autora las personas que la conocieron. Por esta razón, el libro combina estilos de narración de primera y tercera persona, casi siempre omnisciente y uno que otro interludio en el presente donde la autora precisa la manera en que encontró cierta información. A través de estas narraciones, casi siempre inconexas, la autora relata una interesante combinación de la sabiduría conjunta del mundo de la prostitución y uno que otro hecho histórico relevante de la historia nacional, donde destaca principalmente la revolución de los trabajadores de la Tropical Oil Company. Al interior de estas dos corrientes de narración uno resulta aprendiendo cosas interesantes sobre las vidas de aquellos que sufren más allá de la tranquila y perfectamente protegida ciudad capital y cómo seguramente comprenden más del mundo de lo que uno jamás será capaz de entender.

El problema es, no obstante, que la historia de Sayonara, deliberadamente sumida en misterio desde el principio del libro, termina saboteando la intención de la novela, pues de tanto que no dicen de Sayonara, al final lo que uno resulta descubriendo es más bien soso y tratado muy de paso, como si fuera una ciscunstancia. Casi que Sayonara resulta siendo una anécdota de segunda mano para la historia principal que resultan siendo las anécdotas del Payanés y de Sacramenteo. Es decir, que un libro con nombre de mujer tiene las mejores historias desarrolladas en sus más prominente personajes masculinos, lo que al final resulta siendo un poco decepcionante. Y el centro de esa historia, la revolución del arroz en la Tropical Oil Company es sugerido ominosamente en un capítulo y luego narrado con el mayor desinterés una vez sucede, dejando un extraño sinsabor en el lector.

Un efecto similar sucede con un momento de la Sayonara que supuestamente la ponía en competencia con otra de las trabajadoras de la Catunga y lo que se anuncia con pompa y circunstancia se resuelve indiferentemente en un párrafo que si uno no está totalmente despierto, se lo pierde como si nunca hubiera pasado.

¿Que si vale la pena leerlo? Por supuesto, es buena literatura escrita con una técnica interesante y resultados informativos. Pero no es lo que dice el título o la reseña de la portada. El nombre que no se relaciona con la historia es claramente una estratagema para atraer lectores. Sepa quien lo vaya a leer que este es un relato acerca de la historia de los hombres que iban a la Catunga a construir relaciones con las prostitutas y sus opiniones al respecto de las vidas de estas mujeres. Con esta información, se evitarán una decepción y probablemente disfrutarán la historia al cien.

Reseñas de las Películas de los Óscares II (28 de 365)

Avatar: The Way of Water

Cuando salió la primera película de Avatar, por allá en 2009, no tenía las más mínimas ganas de verla, por lo que su presencia en cartelera para mí pasó como el viento fuerte cuando uno está encerrado en la casa y calentito: suena duro y golpea una que otra ventana, pero al final es enteramente irrelevante. Ahora bien, la razón por la cuál no quería nada que ver con Avatar provenía de un evento personal, relacionado con su anterior película: Titanic. Ésta última la vi en cine, una noche aciaga en que para esperar a mi hermano que estaba tocando en un concierto, a mi papá se le ocurrió la excelente idea de ver una película, que resultó ser la del barquito que se hundía.

Acostumbrado como estaba a ver películas de Disney o incluso de acción ( tipo Duro de Matar o Terminator, también de James Cameron) no estaba acostumbrado a disfrutar dramas y una parte de mí estuvo esperando las tres horas de película que en algún momento apareciera Arnold Schwarzenegger y agarrara a plomo a todos los del barco y salvara a Rose y a Jack diciendoles “come with me if you want to leave”.

Tristemente, eso nunca pasó y mi sensación general acerca de Titanic es que se había alargado innecesariamente. ¿Chica rica conoce Chico Pobre? Bien ¿Bailan? Perfecto ¿Se enamoran? Genial ¿Hacen cositas en un carro? Tenían habitaciones muy cómodas en el barco más grande del mundo pero, ok, pasable ¿El barco se comienza a hundir? es histórico, así que no podíamos esperar nada distinto ¿mujeres y niños en el barco y Rose se va en su barquito? Perfecto, ahora debe aparecer el letrero de FIN…. Esperen ¿se devolvió? ¡POR QUÉ DEMONIOES! Ese era el final perfecto, la despedida perfecta de Rose huyendo de su compromiso arreglado ofreciendo en sacrificio su amor encontrado ¿Por qué me haces esto, Rose? ¡Quiero irme a mi casa!… Una hora después, el barco está hundido y Jack está muerto, o sea, el mismo final que si Rose se hubiera ido en el primer bote salvavidas. Esto hace que el último tramo de la película sea una experiencia cinemátográfica relativamente bien lograda en términos técnicos y visuales, pero un total y absolutamente innecesario desperdicio de tiempo en términos de argumento. Luego, además Rose de tercera edad se demora media hora más en suicidarse, reviviendo en su cabeza la película que acabamos de ver, como si no hubieramos ya tenido suficiente.

El caso es que, teniendo en cuenta la experiencia de Titanic, no esperaba que Avatar me diera nada que pudiera disfrutar realmente, por lo que celebré que el Óscar a mejor película se lo dieran a The Hurt Locker, película que al día de hoy sigo considerando significativamente mejor y cuya experiencia en cine disfruté de principio a fin. Por todo esto, solamente vi Avatar cuando comenzaron a pasarla en Fox, en esos horarios de fin de semana que venían sin propagandas y porque no había nada más en los demás canales que me llamara la atención.

Tras tres largas horas de estar acostado en mi cama viendo seres azules conectando sus USB a cuánta cosa encontraban por el camino, me encontré levemente satisfecho y ligeramente enfurecido. Por un lado (el levemente satisfecho) el argumento me parecía una clarísima copia de Pocahontas, sólo que con mejores efectos especiales y escenas de acción ligeramente más convincentes. Also así como Los Pitufos + Pocahontas para población adolecente (comparación que luego encontraría replicada en un capítulo de South Park, lo que me hizo sentir identificado y plenamente satisfecho). Por otro lado (el enfurecido) jamás olvidaré lo estúpido que me pareció ver el mecha del Coronel Miles Quartich con un espejo retrovisor y que esto fuera razón suficiente para alargar el combate que eventualmente lo llevaría a su muerte en esa película. Si logran notarlo, hay un patrón, James Cameron se vale de estrategias estúpidas para alargar sus películas sin que por ello el resultado final se vea afectado en lo más mínimo. (Abajo una foto de un Mecha que claramente no tiene espejo retrovisor)

Ahora bien, siendo una película a la que no le gasté boleta, me parecía ilógico que fuera la película más taquillera de todos los tiempos, record que aún posee a pesar de todo lo que ha intentado Disney. Al final terminaron por comprarla aplicando el clásico, si no puedes vencer a tu enemigo, págale la secuela.

Así que con todo esto, por fin llegamos a Avatar: The Way of Water. Con ganas de espoiliar, puedo afirmar con toda seguridad que toda la secuencia final del combate es ilógica, innecesaria e irrelevante para el avance del argumento. Ilógica, porque de repente todo el ejército de los buenos decide irse a descansar a pesar de que el barco enemigo contra el que estaban peleando sigue estando en pie; innecesaria, porque en un mundo lógico, el ejercito de los pitufos acuáticos habría hecho bien su trabajo hasta el final en vez de huir para obligar unos combates individuales muy poco creíbles y demasiado convenientes; irrelevante, porque al final el malo sigue con vida y es como si no hubiera pasado absolutamente nada. Bueno, sí pasó, forzaron la existencia de la tercera película.

Mi concejo es, entonces, véanla cuando la pasen en Disney Plus o donde sea que la suban, o háganle la pirateada, que igual todas las escenas con los animales son lindas, conmovedoras y dejan un mensaje importante sobre defender la vida marina. ¿La pelea del final? Visualmente perfecta mientras que está el ejército de los pitufos. ¿Toda la secuencia final de combate individual innecesario, ilógico e irrelevante? Pónganlo en 2x o péguense un paseo al baño, que no se pierden de nada. Como todos los finales de James Cameron desde 1997, no aporta absolutamente nada al resultado final.

Reseñas de las Películas de los Óscares I (27 de 365)

Im Westen nichts Neues

En general, siempre me ha divertido ver películas en otros idiomas distintos a los que hablo. De vez en cuando uno reconoce palabras, ya sea porque se parecen a otras que uno ya conoce, porque uno las ha escuchado por alguna razón (VolksWagen, BMW, Mercedez, sólo por mencionar algunos ejemplos) o porque de tanto aparecer en la misma película uno resulta aprendiendo lo que significan. Lo que me lleva a una anéctida curiosa, totalmente no relacionada con la película: Viendo un filme sobre la vida de Beethoven (en inglés) que aquilamos en Betatonio, no paraban de llamar a todos los hombres con el apelativo Her, así; Herr Beethoven, Herr Mozart, Herr Salieri y tal cual aparecía en los subítulos, por lo que yo lo pronunciaba en español, es decir, con la hache muda. Al día siguiente de retornar la película vimos un capítulo de Dejémonos de Vainas y no paraba de reírme cada vez que aparecía el personaje Herculitos.

Pero volviendo al punto, disfruto mucho de ver películas en idiomas distintos a los que hablo y eso ya es un punto a favor acerca de esta película. Por otro lado y sin conocer de esos detalles como cinematografía o edición, puedo, no obstante, afirmar que todo se veía muy bonito (hasta la violencia explícita tenía cierto colorido que resultaba atractivo al auditorio) y que la manera en que la historia es contada resulta siendo muy convincente, dando mensajes contundentes a través de imágenes y pocos diálogos que sugieren lo que algo significa sin tirárselo a uno en la cara o por lo contrario, convirtiéndolo en un mensaje demasiado críptico. Todo en su justa medida.

El argumento de la película es de alguna manera predecible, tanto porque es una película de guerra como porque está basada en hechos históricos, sin embargo, a lo largo de la película suceden la suficiente cantidad de sorpresas como para interesarse muy profundamente tanto en los personajes como en lo que les va a suceder en la siguiente escena.

Sin tratar de arruinar (o espoiliar, como dicen ahora en las redes), la película, quisiera decir que esta logra representar, de manera acertada y directa, el hecho de que un soldado es, a fin de cuentas, un empleado al que le ofrecieron condiciones de empleo que cambiaron una vez firmó el contrato y que lo obligan a vivir hasta el final de su periodo sin poder renunciar. O sea, un empleado común y corriente del siglo XXI, sólo que éstos últimos mueren de angustia existencial, tal vez un destino más cruel que un compasivo tiro en la cabeza.

Así que, recomiendo verla, sin maiz pira, que de pronto lo vomitan, pero de pronto sí con una tacita de su bebida caliente de predilección.

Post Data: Imagínense ser Alemán en la guerra, invadir Francia y responder al nombre Franz. Herculitos por todos lados.

Sonata Op 7 II. Largo con gran espressione (26 de 365)

Cuando recién empezaba a tomar en serio las prácticas y estudio de piano asistiendo a clases una vez por semana, mi maestra consideró que era una buena idea comenzar a estudiar Sonatas de piano de Beethoven y me asignó la Sonata Op. 14 No. 2 en sol mayor. Para ese momento, solamente había escuchado las tres típicas, Claro de Luna, Apassionata y Patética, en un CD de la famosa colección de las Joyas de Beethoven tocadas por el pianista fantasma Wilhelm Fisher:

Así que le pregunté a mi hermana si tenía alguna grabación de las otras sonatas de Beethoven, ya que internet no existía en esa época. De inmediato, me mostró su colección de CDs de Daniel Barenboim tocando las 32 sonatas de Beethoven, separadas en diez sobres, cada uno con un disco que incluía tres, dos o cuatro sonatas dependiendo de la duración de las mismas. Recuerdo la sensación de ver esa colección como si me hubiera encontrado con el mismísimo tesoro de la Isla del Esqueleto:

Y cuando tomé el sobre con la Sonata que me habían asignado, me encontré con que allí había otras dos, entre ellas la Op. 7, que era supremamente larga, pero me encantó de principio a fin. En breve se volvió mi favorita, así que entre práctica y práctica de la Op. 14 No. 2 me permitía leer la Op. 7. Ahora bien, la diferencia de dificultad que existe entre las dos sonatas es más o menos la misma que habría entre darle una vuelta caminando a la Universidad Nacional e irse trotando sin parar desde la base hasta la cima de Monserrate. Evidentemente, la Sonata Op. 7 estaba muy por encima de mi nivel en el momento, pero aún así disfrutaba leerla nota a nota, como si estuviera leyendo un texto prohibido al que mi hermana y Daniel Barenboim me habían permitido acceder a través de su mágico CD y el Discman de mi hermano.

En ese viaje de descubrimiento, el segundo movimiento de la Sonata Op. 7 fue el que más me sorprendió. Primero, no sabía que algo podía interpretarse tan lentamente y segundo, jamás había sentido acordes tan llenos ni la subsecuente sensación de compleción que la armonía de tantas notas tocadas al mismo tiempo me daba por todo el cuerpo, incluso llegando a erizarme la piel, tobre todo la sección que en mi versión va desde el 2:34 hasta el 3:54.

Este movimiento, además, me lleva de vuelta a la Universidad Nacional, a sus inmensos prados y a sus innumerables recovecos llenos de la música de antiguos y nuevos compositores luchando entre las ideas de toda corriente política existente. Una época en que llamándome a mí mismo el Oscuro Solitario filosofaba sobre lo extraño que todo me parecía mientras respiraba el pasto de las llanuras académicas y en las noches tocaba una Sonata imposible con toda la esperanza de algún día poder entregársela a alguna enamorada o al menos a algún amable público que tuviera la paciencia.

Hoy, cuando lean y escuchen esto, serán ustedes el público paciente y yo, el triste pianista del maratón escalatorio, en busca de mi montaña. Escuchen, disfruten, juzguen, porque aquello no puede evitarse, pero de nuevo vuelvan sólo escuchar y disfrutar, porque aún en mi torpeza y mi micrófono mediocre Beethoven supera la insuperable distancia de la búsqueda de lo sublime.

Cansancio (25 de 365)

Hoy tengo solamente ganas de jugar Dragon Age Origins, así que eso es lo que voy a hacer. ¿Me merezco la relajación? probablemente no ¿Me importa? la respuesta también es no. Nos vemos mañana.

(…)

Actualización:

Pues yo creo que nadie leyó éste, así que el título actualización podría ser innecesaria. Entre tanto, he aquí una imagen del juego que ando jugando. Yo sé, es viejo, pero es muy chévere y todo es nuevo para el que todavía no lo ha hecho así que. ahí va el dragón que maté ayer.

Momentos de Anti-Whiplash (24 de 365)

(1)

El estudiante toma asiento, luego de haberse asegurado de que teniendo apoyado el sesenta por ciento de su trasero aún pueda tocar los pedales con la punta de los pies sin necesidad de estirar demasiado. Apenas lo justo. Más adelante, comienza a tocar la fuga en Re mayor del primer libro del Clave Bien Temperado ante los ojos pacientes de su maestra y al llegar a los últimos compases se encuentra con una sección a cuatro voces paralelas que por su eminente presencia de acordes le pica al muchacho el bicho de facilitarse la vida colocando el pedal. La maestra lo detiene sobre la dominante y con voz simple le recuerda un hecho técnico-histórico:

“Ese Bach no se toca con pedal”

[Pausa dramática]

“Pero mejor si las voces van ligadas”

El alumno entiende que su maestra ha dicho las dos cosas anteriores como quien dice que el agua moja, que los delfines son mamíferos o que pi por r al cuadrado representa la fórmula para el área de un círculo. No hay desdén, sólo una simple verdad expresada de la manera más lógica posible para una pianista experimentada. Y la cuestión con esa actitud es que resulta siendo contagiosa.

“¿Cómo hago eso sin el pedal, maestra?” pregunta él

“Ligando con los dedos” Responde ella con la misma clarividencia.

Al dia de hoy, el estudiante todavía puede ligar la mayor parte de ese pasaje sin valerse del pedal, a las diez y veinte de la noche con las manos frías, junto al gato que hace ruído afilándose las uñas y con la sordina de apartamento del piano presionada hasta el fondo:

Flashbacks de Whiplash IV (23 de 365)

(4)

El salón está localizado en una especie de sótano al que se puede acceder únicamente tras atravesar un largo corredor que jamás ha visto la luz del sol. La doble puerta de vidrio abre a un ominoso muro de ladrillo que dirige a su izquierda a un piano envejecido y a la derecha a una estrecha escalera de caracol. El cuerpo del salón es una especie de anfiteatro de largos escalones, culminado cada uno en inmensos ventanales que se extienden desde el suelo hasta el techo como inmaculadas columnas de blancura robadas del prado que rodea el edificio. En su interior, los estudiantes del coro, al ser niños, se dividen en las tesituras de las voces femeninas y representa un curiosísimo momento de orgullo para todos los niños, independientemente de su género, el ser ubicados en la fila de las sopranos, como si todos quisiéramos ser Mariah Carey y Ariana Grande cantando coloratura.

Obviamente, hago parte de las mezzosopranos, y a mi lado, las contraltos formadas por los niños de mayor edad y las niñas de mayor tamaño están revisando una sección de particular dificultad. Aunque todos parecieran estar cantando en perfecta afinación, algo molesta al profesor que, cansado de no encontrar la razón de su angustia auditiva decide someter a cada estudiante a cantar la parte en solitario. Le llega el turno a una chica que había llegado cantando al salón desde un principio y de la que había creído yo que tenía una voz única o de un timbre particular. Disfruto escucharla, pero no puedo evitar notar la cara de asco que el profesor muestra a toda la audiencia y de repente me confundo. Le dice que se detenga con un gesto de la mano y luego dice:

“Ese vibrato aquí no. Cantar como cabra está bien por allá en el radio pero no en este salón”

Tardo un poco en notar que el comentario desdeñoso se refiere a la ténica de canto de Shakira.

La chica comienza a llorar y desciende las escaleras lentamente hasta escapar del escasamente iluminado salón y hacia la oscuridad.

Nunca jamás la volví a ver.

El profesor hace poco recibió un premio.

Flashbacks de Whiplash III (22 de 365)

(3)

Dado que el ensayo es a las cuatro y no a las dos, no hay que afanarse tanto para llegar y, por eso mismo, aunque la sección de primeros violines está ya completa, la de segundos todavía tiene asientos vacíos y yo ya llegué. El director, un hombre de apellido impronunciable, me indica que me haga en el primer atril y haga las veces de principal. Dadas las pocas ganas que tengo de figurar, la sola idea me pone a sudar de pies a cabeza y mi frente parece en breve la más fluída de las cataratas de Iguazú. El ensayo comienza y fallo cada cambio de posición, resultando en una obvia disonancia que nadie podría ignorar. Los compañeros que se encuentran más cerca voltean a mirar mis dedos y alguno que otro contiene una risa debajo del aliento mientras que el director detiene la música y me pide que toque más piano. Más adelante comienzan a llegar otros violinistas, los atrasados más talentosos, supongo, y cada vez que se acercan a las sillas, el director se toma el trabajo de detener el ensayo, pedirme en frente de todos que pase a la silla de atrás más cercana y esperar a reanudar todo una vez esté instalado el nuevo. Ya en la cuarta fila dejo de tocar en serio y sólo dejo que vibren las cuerdas al aire o alguna que otra nota que estoy seguro ya no va a molestar a nadie.

A la siguiente semana noto que hay una sección nueva para mí y otro compañero a la que llaman violines terceros. Todos saben que esa sección no existe en una orquesta de verdad y lo que estar allí sentado significa de verdad: No pueden sacarme del grupo, porque el semestre y la materia ya están pagados, pero tampoco pueden permitirse que arruine el sonido de los demás.

Me siento a hacer mi trabajo de relleno armónico.

A veces ni siquiera toco.

El resultado es exactamente el mismo.

Flashbacks de Whiplash II (21 de 365)

Continuando con la idea establecida en el anterior post, relataré un nuevo flashback a continuación:

(2)

Aquel maestro ya no habita en este mundo y al día de hoy estoy plenamente seguro de que me dictó clases individuales durante todo un año llamándome Nicolás e ignorando por completo cuál era mi repertorio y soprendiéndose con mi presencia y las piezas que tocaba cada martes a las dos de la tarde, como si nunca antes las hubiera escuchado o como si no me las hubiera asignado él mismo la semana anterior. En ocasiones me obliga a repetir secciones mínimas innumerables veces únicamente porque una nota suena desafinada. La repetición y corrección son estrateigias válidas, pero el momento incómodo se presenta, no obstante, cuando se presenta la desafinación y no se aclara si el error de fracciones de tono se presenta por estar el sonido vibrando más alto o más grave. Arrastro el dedo sobre la cuerda un Armastrong hacia arriba, luego dos hacia abajo y la cara de confusión del maestro es la misma sin importar en qué dirección se intente corregir.

Finalmente, en un tono de desespero y odio absolutos por todo lo que es bueno y bello en el mundo, el maestro dice:

“¿Es que no escuchas hijo que estás desafinado?”

Pero la desafonación, de existir, es tan verdaderamente pequeña que nadie más que el maestro podría escucharla porque la única respuesta honesta es “no, realmente no lo escucho”. Pero el miedo a la humillación posterior obligan al silencio o a admitir un error que no se tiene la capacidad de percibir. La clase continúa en un arrastre inútil de dedos en una cuerda súper tensionada. No se avanza nada, no se logra nada.

“Hasta luego, Nicolás” se despide con una mano llena de desdén.