Stranger Things 2 (Reseña con “spoiler” y “mataburros” no autorizada y sin pago de por medio de la serie de Netflix)

No me gustó, o más bien, no me gustó tanto como la primera temporada. Si después de decir eso todavía alguien sigue leyendo, espero pueda invitarlo a un viaje de paciencia donde expondré mis razones.

Para ser honesto, no tenía demasiadas expectativas porque, por un lado, consideraba que la historia contada en la primera temporada era más que suficiente, y por el otro, los elementos que le dieron éxito en un principio, me parecían imposibles de replicar sin que se vieran repetitivos o chiclesudos (prefiero esta palabra a cliché, porque me suena más pegajosa e incómoda, como los clichés).

Por ejemplo, yo atribuyo el éxito de Stranger Things al desarrollo de los personajes de Winona Ryder y David Harbour (Joyce Byers y Jim Hopper respectivamente) y casi que dejo de lado a Millie Bobby Brown y su interpretación de Eleven. A continuación dejo un espacio para que manifiesten libremente su indignación.

 

 

 

 

 

 

Si aún siguen leyendo, me permitiré una explicación: Joyce Byers es la perfecta representación de una mujer que, como cualquier madre que pierde a su hijo, se niega a aceptar su muerte. Como diría el psicólogo de telenovela “no ha superado la etapa de negación en su duelo” y en ese estadío mental se pone en el trabajo de, literalmente, viajar al otro mundo a traerlo de vuela. A diferencia de Orfeo y otras figuras emblemáticas de mayor envergadura, Joyce logra evitar mirar atrás y recupera a su hijo para alegría de todos los televidentes (¿internautas?), pues toda la serie se construye alrededor de la llegada de este momento, ya que es ahí donde se ven justificadas (y por consiguiente “catarcizadas” ¡jejeje!) todas las estrategias exhuberantes de comunicación de ultratumba que una madre aferrada a su última esperanza nos hizo aguantar capítulo tras capítulo. Si Will no tuviera una madre, Stranger Things sería la historia de cómo un grupo de amigos perdió a un miembro de su grupo y lo reemplazó por una niña con poderes. Yo sé que estoy exagerando y omitiendo el hecho de que es Eleven la que insiste en que Will está vivo, pero ella es sólo la última estrategia de Joyce, quien para ese punto ya ha agotado las psicofonías del teléfono, los radios que se prenden solos, las luces de navidad y ahora acude a la psíquica telequinética vidente.

Jim Hopper, por su parte, es un militar veterano cuya hija murió a causa de un cáncer, a pesar de haber intentado todos los tratamientos posibles de la época. Es esa motivación la que le permite ayudar a Joyce, abofeteando a todo el que se le interponga, invadiendo las propiedades privadas que corresponda y finalmente invadiendo el “Upside Down” para arrancar a Will de las garras de la muerte. Son entonces estos dos, un padre y una madre con bastantes enfermedades mentales, los que resultan cohesionando a un grupo de niños locos, desprovistos de figuras paternas importantes. Supongo que es esa familia la más stranger de todas las stranger things.

Es por ello que considero que la historia no podía seguir mucho más adelante sin llegar a ser repetitiva y supongo que me gustan los finales agridulces donde no explican más de la cuenta: Sí, Will volvió de su dimensión extraña, pero ahora vomita bichos fantasmales y puede ver el otro mundo, así que el esfuerzo de Joyce tiene consecuencias inmutables ¡así es la vida!. Sí, Eleven probablemente está muerta, pero los salvó a todos, así que su sacrificio valió la pena y nos dejó enseñanzas sobre valorar el tiempo que tenemos con las personas que tenemos, porque no siempre van a estar ahí ¡Así es la vida! ; además nunca entendí de dónde le venían sus poderes especiales y mientras menos sepa ¡mejor! ¡se mantiene el misterio!. El gobierno se va a encargar de cubrir todo lo que pasó, incluída la muerte de  Barb, que realmente se murió porque la niña de padres irresponsables e inútiles quería tener sexo con el niño lindo de la escuela y ahora le toca vivir con el cargo de conciencia ¡Así es la vida!. Nada estaba especialmente bien ni especialmente mal, todo estaba en su preciso lugar y eso me encantó ¿De verdad necesitábamos una segunda temporada?

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Procedamos entonces a explicar, una a una, las cosas que no me gustaron de la segunda temporada:

Personajes Nuevos Innecesarios:

  • Maxine Mayfield/Billy Hargrove: Si omitimos a estos dos de la historia, el argumento no cambia demasiado y es fácil cubrir su ausencia. Su única participación esencial en la historia es cuando Eleven cree que ya no la necesitan porque ve a Mike y a Max riéndose; escena supremamente forzada, porque ni con la edición se logra justificar que un niño que ha visto cosas tan tenebrosas, de repente termine riéndose de una persona dando vueltas con una patineta. Además que Mike sigue tratando muy mal a Max el resto de la serie, como si ese intercambio positivo jamás hubiera sucedido. Si querían alejar a Eleven de Mike, sin recurrir a estos chicles, sólo bastaba con mostrar a Eleven arrepentida por haberse dejado descubrir cuando se encontró con la niña y su madre en el columpio. Ese día, al correr a la casa a arreglar el error tratando “no ser estúpida” se encuentra con los documentos de su propia madre y la historia se desarrolla de la misma manera. Habrá quien me diga que Max es importante cuando enfrenta a Billy, para salvar a Steve, pero la causa de Billy siendo un problema es la existencia de Max misma. Si suprimimos a Max, suprimimos a Billy y por consiguiente ese conflicto innecesario. Además que cualquiera de los chicos podría haber intentado manejar un carro. Supongo que Max fue incluída para tener más personajes femeninos fuertes (¿más fuertes que Joyce o Eleven?) que enfrentaran al macho opresor, pero su apariencia y su desarrollo de personaje son tan innecesariamente parecidos a Beverly Marsh (con mucha menos sangre, por supuesto), que lo más elegante sería que Stephen King los demandara.
  • Kali Prasad: Empezando porque ponerle eight es como si le hubieran llamado bola negra ¿no es eso un tanto racista? Por otro lado, la única razón por la que ella es importante en el argumento es porque termina entrenando a Eleven, al mejor estilo de una versión en descuento del emperador Palpatine (“let the hate flow through you… GOOOOOOOOOD”) en un escenario que por derecho le pertenece a Yoda: “Odia a Brenner y mueve ese maldito X-wing/vagón de tren.” Tan irrelevante como es su intervención, va en contra de todo lo que Eleven representa. En la primera temporada, su fuente de poder es el deseo de protegerse a sí misma y luego el de proteger a sus amigos, lo que la hace significativamente más fuerte. Utilizar sus sentimientos negativos no debiera ser el motivante para poder cerrarle la entrada al Mind Flayer, sino la posibilidad de salvarlos a todos con esa acción.
  • Evil Paul Buchman, digo Dr. Owens: ¿Es malo? ¿Es bueno? ¿Y cómo es que se muere Bob y él sobrevive? ¿Por qué no vino Jamie? Todo es demasiado confuso.
  • Bob Newby: Yo sé, yo sé, yo sé ¡YO SÉ! Todos amamos a Samwise Gamgee y su sacrificio es probablemente lo más memorable de la temporada, sin embargo, su muerte tiene un  vacío argumental, que para mí sugiere que lo incluyeron en la serie para no tener que matar a alguno de los miembros más importantes del elenco. ¿Que cuál vacío, preguntan? Bob utiliza el sistema contraincendios para alejar al Demodog, idea que se le ocurre porque estuvo viendo Signs y porque los túneles que él descifra en el mapa siempre se alejan del agua o eso supuse yo. De donde surge la pregunta lógica ¿por qué no activó todos los aspersores? Aún si los Demodogs no son alérgicos al agua como yo me imagino, si logró espantar a uno de ellos, debería haber logrado espantarlos a todos para poder escapar.

Eleven/Jane tiene una historia poco convincente.

Si me baso en lo que pasaba en la primera temporada, existía un riesgo mortal, cada vez que Eleven usaba su poder y de hecho su “mana” se agota cuando mata a todos los guardias que los están persiguiendo en el colegio. De ahí que cuando finalmente se enfrenta con el Demogorgon, lo más lógico es que la consecuencia del acto haya sido su muerte o al menos algún tipo de transformación, sin embargo, cuando vuelve a aparecer, sigue siendo la misma persona, con los mismos poderes y con más cabello, lo que no me parece demasiado lógico. Incluso Superman cambió por completo, luego de ser vencido por Doomsday o bien, cuando usa su “Super Flare” queda totalmente incapacitado para usar sus súper poderes por un tiempo. Eleven, sin embargo, a pesar de haberse desintegrado, vuelve al mundo por un hueco que nadie cierra (que de hecho es el origen de todos los problemas de la primera temporada) y luego de un par de palabras insulsas de una entrenadora incapaz resulta siendo infinitamente más poderosa. Eso, querida audiencia, no tiene ningún sentido. 

Desde que anunciaron una segunda temporada, todos esperábamos el Eleven Ex Machina, todos sabíamos que ella iba a volver a salvarlos a todos ¿por qué no desarrollar una historia coherente donde el regreso de Eleven fuera un tortuoso camino de reconocimiento, en vez de un encuentro fortuito con la mamá y un forzado intercambio de ideas con un sujeto de experimentación que convenientemente no había aparecido en la primera temporada y que al final no resulta aportando nada más que una excusa barata para hacer una tercera temporada? Todo hubiera sido más interesante si:

  1. Eleven hubiera sido el Mind Flayer, porque explicaría su desintegramiento como una fusión con el demogorgon; y podría haberse mantenido un argumento similar, con mayor tensión emocional, elevando en importancia el cariño emergente entre Mike y Jane. Al mismo tiempo, se lograría explicar la capacidad del Mind Flayer de acceder a la mente de Will no sólo como resultado de su periodo en el Upside Down, sino como una extensión de los poderes de la Eleven presa en su cuerpo.
  2. Eleven hubiera aparecido de nuevo en el mundo sin ningún poder y como una niña normal, como consecuencia de su enfrentamiento con el Demogorgon. Ello hubiera justificado la aparición de un entrenador como Eight.

El caso es que la cosa ya es como es y no podemos cambiarla, así que será esperar a que hagan la tercera temporada, para que arreglen lo que en mi opinión es una versión muy disminuida de lo antes logrado.

No obstante, antes de terminar mencionaré lo que me pareció que estuvo bien desarrollado:

  1. Bob Newby: Aunque eras innecesario para el desarrollo de la historia, es una verdadera lástima que tuvieras que morir.
  2. Nancy Wheeler: En la primera temporada era un personaje detestable que terminaba por llevar a su mejor amiga a la muerte, y consecuentemente arriesgaba la vida de su novio, para proteger a la persona de la que estaba realmente enamorada. En la segunda temporada, fiel a sus motivaciones es aún más detestable, le termina de arruinar la vida a su novio, comienza a arruinarle la vida a un novio nuevo y libera sus culpas culpando al gobierno por lo que ella causó ¡Gran Ser Humano!
  3. Steve y su bate. En un mundo lógico, Billy no hubiera existido y hubiera sido él quien llevara a los chicos en el carro a quemar las entrañas del Mind Flayer. Omitamos todo eso y admiremos su poder máximo de niñero asesino.
  4. Dustin Henderson actúa como actuaría un niño normal tratando de proteger a su mascota y luego él mismo se encarga de guiar la historia hacia adelante.Dart y él son lo más similar a la primera temporada. También su relación con Steve resulta estando muy bien construida.
  5. Hopper como padre, decide mantener las reglas de su casa a pesar de que le pueden romper el cuello con una mirada. Eso sí que requiere valor.
  6. Joyce sigue siendo la madre que uno espera que sea. Movió cielo y tierra para rescatarlo una vez y ahora está dispuesta a quemarlo para terminar de salvarlo. Suena cruel, pero es apropiado. Sigue siendo el mejor personaje.

Con esto en cuenta, le daré un definitivo 3,3/5. Pasa raspando, pero pasa.

Te Extraño (A Sylvia)

(Para el día en que puedas leer)

Aprendí a extrañarte desde el día en que naciste, pues apenas vi tu cuerpecito te alejaron de mí. Volviste muy pronto, pero acongojado por una lágrima, sufrí 10 segundos de agonía inenarrable.

Y luego te puse las primeras medias, el primer pantalón; te sustuve en mis torpes brazos y al volver a la habitación, sentí que extrañaba tu escaso peso, tu delicada respiración y la inagotable fuerza vital de tu corazón luchando por acostumbrarse a la nueva realidad. Porque tú, me pequeño pedazo de vida, eres inaplazablemente inolvidable.

Es así como los meses acontecen y me sumerjo encantado en este mar de extrañamiento. Apenas nado; apenas floto y entre risa y risa me acuerdo de lo que estás haciendo en ese preciso instante, como si ya estuviera guardado en mi memoria. Como si recordara haberte conocido en el principio de los tiempos, cuando padre e hija eran menos que átomos en una época de Planck.

Te extraño a cada instante, pues me extraño a mí mismo de lo raro que estoy, de lo feliz que puedo ser, de lo lleno de amor que me siento y de lo rara que eres tú.

Apología al trabajo individual (Utopía)

Las Células

En la última entrada de blog publicada, mencioné un grupo de trabajo llamado “célula” que se utilizaba en el colegio donde me gradué de bachillerato. En aquel entonces, no pensé demasiado en la razón de ser de semejante asociación, pero ahora que tengo experiencia como docente estoy seguro de que los trabajos grupales, si bien le responden a un deseo idealista de enseñar a trabajar en equipo, terminan quedándose en el mundo académico más por conveniencias personales (justificar ciertas perezas, reducir excesos de trabajo, cumplir requisitos estatales) que por cualquier otra cosa. Para desarrollar la idea, facilitaré un poco de historia personal y unos cuantos ejemplos aleatorios:

Las células debían tener un líder y otros roles específicos, como organelos en un sistema organizado tan metafóricamente como nos solicitaban, pero realmente sólo recuerdo el rol del “núcleo”, ya que era insostenible la idea de ser un Aparato de Golgi o un Retículo Endoplasmático en la búsqueda del conocimiento (o supongo que sí podía sostenerse, pero mi vacuolosa inteligencia distaba de ser tan creativa como supongo es ahora). Luego de autoasignarnos dichas funciones (que jamás se cumplieron), procedimos a bautizar al grupo, que en honor a un bar conocido por “el líder”  (supongo que de nombre y no de experiencia) resultó siendo Lancaster (Lancáster, y no Láncaster pronunciábamos, porque no éramos demasiado avezados en la lengua inglesa). Tan ñoño como siempre he sido,  aclaré que ése era el apellido de una familia real inglesa, y por sapo me gané el privilegio de explicárselo a los profesores.

(Ahora que lo pienso, creo recordar que hubo un primer nombre “metalero” a lo Black Blood o similar, porque en esa época se podían decir cosas Halloweenescas y no morir en el intento. Supongo que ahora lo correcto habría sido llamarse Reggue-Ñangas, Balvintones o BillyBeliebers)

Como es de esperarse, todos los trabajos, de allí en adelante, debieron entregarse en grupo y en particular debían notarse aquellos talleres “autónomos” del lunes a las dos primeras (¿o era el martes?) donde viviendo la vida loca del aula sin supervisión (se supone que era dirección de grupo, pero por alguna razón nunca había nadie cuidándonos ¿concejo académico, tal vez?), desarrollábamos talleres de naturaleza diversa. Recuerdo en particular una tarea donde debíamos escribir un cuento con alguna temática recalcitrante de esas que se le ocurren a los profesores para probar algún punto muerto. Era imposible hacer un cuento en grupo, así que terminé escribiéndolo yo y tan ñoño como siempre he sido, lo hice bien, a pesar de que no recuerdo  que calificaran ese tipo de trabajo “celular”.

Palabras más, palabras menos, sin aviso previo y tras una semana de espera inconsciente, ganamos (¿gané?) el concurso de cuento que nadie sabía que era concurso y nos llamaron a todos para recibir una felicitación pública en la sala de profesores. Fue supremamente incómodo, porque mis compañeros desconocían la existencia del relato y fue luego del “escarnio” público que tuve tiempo para explicarles lo sucedido. Afortunadamente nadie nos preguntó el argumento del cuento.

De allí en adelante procuramos enterarnos un poco más de lo que estaba haciendo cada uno de los miembros de la célula, con la clara intención de no volver a quedar mal frente a los profesores, de donde surgió una amistad de esas de colegio, donde nos reuníamos a trabajar en las casas de los compañeros. Y con trabajar en las casas de los compañeros, me refiero a ir a la casa del que tenía cancha de fútbol y jugar un “picaito” (sin importar lo tronco que era uno) o ir a la casa del que tenía play y jugar Tekken hasta que se pusiera oscuro, o ir a jugar “tin tin corre corre” sin caerse por las escaleras. ¡Ah! y a repartir responsabilidades del trabajo que cada cual iba a hacer en su casa y que luego alguno de nosotros se iba a encargar de corregir y hacer bien, porque todo lo que cada uno había hecho por separado no servía de nada.

Así funcionaba el trabajo en grupo en mi colegio y al observarlo en perspectiva, noto que debía ser especialmente conveniente para los docentes. Recientemente había salido un decreto malhabido que indicaba que sólo un porcentaje máximo de estudiantes podía perder el año; las células aseguraban que el número de personas fuera mínimo, pues la habilidad de unos pocos, sostenía la debildad de la mayoría y tan loable como eso suena, no podemos negar que resulta siendo mediocre. Útil y mediocre.

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Anexo 1:

Hechos aleatorios: Lo observado

1) Cuando un ensayo se asigna en parejas, la cantidad de ensayos por revisar se reduce a un número inferior a la mitad, sobre todo si se forman grupos aleatorios y se pone una fecha y hora exacta para entregar el ensayo en físico. La razón es simple: Son pocas las personas precavidas que imprimirán dos copias del documento, así que, internamente, se asignará a sólo uno de los dos miembros del grupo entregar el ensayo y con toda seguridad, a un porcentaje de los estudiantes encargados de entregar el ensayo les pasará algo (justificable o no) que les impedirá entregarlo ese día a esa hora.

2) Los trabajos de grado en diversas universidades, incluso a nivel de maestría, se desarrollan ahora (obligatoriamente) en grupo. Es comprensible que un documento de la longitud de un trabajo de grado requiera de una minuciosa y rigurosa revisión que no puede realizarse, si la cantidad de documentos supera el tiempo determinado para la entrega de notas, por ello es mejor organizar grupos, de modo que se tengan que revisar menos trabajos. El problema es que cada persona suele encargarse de redactar distintas partes del documento, según lo que trabajó durante el desarrollo del proyecto, lo que deriva en al menos dos problemas:

  • La redacción general del documento es dispar, pues presenta según la sección que se lea, distintos estilos de escritura, con sus propios giros y errores particulares. El docente revisor tiene que hacer entonces el doble (o triple o cuadruple, según la cantidad de personas involucradas) de trabajo, pues además de la corrección de los errores específicos de cada persona, se debe intentar homogeneizar el estilo del documento. Es como si se pretendiera hacer que  Hermann  Melville sonara a Dan Brown y viceversa
  • Cada persona escribe en su sección según lo que cree apropiado (con o sin reuniones grupales para acordar si eso era lo apropiado o no), lo que suele generar desconocimiento de las secciones redactadas por los demás miembros del grupo. Aún si cada miembro del grupo lee todo el documento, este desconocimiento es altamente probable,  pues la energía personal se concentró en lo que tuvo que individualmente escribirse por lo que todo lo demás será siempre considerado responsabilidad de los otros. Porque si a mí me tocó limpiar el polvo durante dos años, no me parece justo que el día de la sustentación me pongan a barrer.

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Anexo 2

Hechos aleatorios: Lo pensado en otro campo

Esto ya ha sido mencionado por otras personas, pero vale la pena recordarlo. Si tomamos una canción, atada a la reconocida y ya explicada forma estrofa/coro de la primera entrada de este blog (Placer y comprensión (ideas vagas y sin normas APA sobre el gusto en la música) podemos observar que la cantidad de gente envuelta en la tarea y la relación con su producto resulta siendo bastante ridícula. Tomemos, por ejemplo, los escritores y productores de la canción Shake it Off de Taylor Swift:

  • Taylor Swift
  • Max Martin
  • Shellback

Esta canción dura 3:39.

O bien, el desaforado éxito de la siempre detestable despacito que para 3 minutos y 47 segundos de sacratísima verborrea requirió de la participación de cinco personas:

  • Luis Rodríguez
  • Erika Ender
  • Ramón Ayala
  • Andrés Torres
  • Mauricio Rengifo

Comparemos entonces con una canción que contiene la misma forma, pero bastante más desarrollo como Run to the Hills de Iron Maiden que con 3:51 contó sólo con la participación de dos personas:

  • Steve Harris
  • Martin Birch

O una joya de la música como (I love you for) Sentimental Reasons que apenas contó con William Best y Ivory Watson.

¿Y qué tal si llevamos la comparación un paso más atrás? Pensando en “colaboraciones” del siglo XIX, podríamos decir que la Sinfonía número 9 en remenor, op 125, más conocida como “La Coral” , requirió también de dos personas. Un poema del aleman Friederich Schiller y la música, producción y arreglos de Ludwig van Beethoven, para un tiempo aproximado de 60 minutos. En cuanto a lo demás (las otras ocho sinfonías, 32 sonatas de piano, cinco conciertos de piano, el concierto de violín, la misa solemne, las overturas, las ciento y tantas Bagatellas, etc etc) lo compuso solito. Y eso que no fue tan “prolijo” como Mozart, Haydn, Bach y otros que son iguales a él en calidad.

Creo yo entonces, que la música es la prueba viviente de que el trabajo en grupo deriva en mediocridad y repetición, para el consumo rápido de las masas. Es una especie de vehículo mágico para la intrascendencia.

Baste con esto por ahora.