Columnas de humo (26 de 365 + 1)

Son las 5:50 de la mañana. El aire huele a quemado.

Mientras cruzo el puente, giro la cabeza hacia el sur y me encuentro con una ominosa columna de humo blanco que desearía fueran nubes. Me detengo a observar por unos segundos, pero el afán propio, junto con el de todas las personas que como yo están buscando llegar a tiempo a su trabajo, me obliga finalmente a seguir caminando y a intentar huir de la infernal realidad, a ver si pienso menos mientras me consumen las entrañas de los gusanos carmines acordionados de las troncales bogotanas.

¿Y es que qué otra cosa podría hacer?

Mientras mi mente conjetura idioteces, como correr con un balde de agua a salvarle la vida al Frailejón Ernesto Pérez, caigo en cuenta de que metido entre bomberos solamente estorbaría. En silencio maldigo a los que un día se tomaron la foto con el sol de enero y ahora reniegan de su presencia, clamando por lluvia, mientras que encerrados en sus mansiones de estrato siete en chapinero se quejan porque los gases les dieron un poquito de tos.

¿Pero qué gano con eso?

Oscurece hoy un poco más temprano, pero no me atrevo a mirar al cielo, por miedo a encontrarme con algo que seguro me va a recordar lo insignificante que es un individuo.

¿Y si hago una danza de la lluvia?

Pronto volverán al colegio todos los niños e inocentemente me pregunto si sus docentes tendrán la delicadeza de recordarles que la vieja está en la cueva, que los pajaritos cantan y que la luna se levanta.

Ojalá lo hagan, por el bien de la humanidad.

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