Sobre palitos de queso y otros lujos (116 de 365 +1)

De un tiempo para acá se han “normalizado” (como dicen algunos influencers) ciertas “narrativas” (como dicen otros influencers) que al principio suenan como sentido común, pero que en breve se convierten en la excusa de alguien para vender productos a un precio inconcebible. Empecemos con los discos de acetato (o vinilos como dice el resto de los influencers): Por allá en los dos miles me compré un disco de Anton Rubinstein tocando el segundo concierto de piano de Beethoven por la módica suma de $5.000 pesos (un dólar de hoy en día, para mis lectores internacionales… no sé si los hay, pero un hombre puede soñar) y llegué a mostrárselo a mi papá quien, junto con mi madre, había amasado una inmensa colección de discos de todos los géneros concevibles (por ejemplo, jamás entendí por qué había un Single de Miguel Mateos cantando “Es tan fácil romper un corazón” por un lado y “ob-se-sión” por el otro… ahora que lo pienso, de pronto era porque era un disco chiquito que podía poner yo de niño y si se dañaba no era tan grave…). De inmediato lo puse en el equipo de sonido (o microcomponente, como dicen ahora los vendedores del Éxito) y me senté a escuchar, súper orgulloso de lo económica que era la buena música.

Cinco años después, y a menos que uno esté en el mercado de las pulgas de San Victorino, el último disco de los catorce cañonazos bailables vale $250.000 pesos. Y al parecer todo disco negrito es un lujo para los más hipsters entre los millenials. ¿Por qué? Vaya uno a saber.

Pero se pone peor, porque todo influencer que se respete, estuvo desdeñando del fenómeno de la “Fast Fashion” y de cómo las grandes marcas industriales (en particular Zara, Bershka, Mango y Stradivarius) le generaban la necesidad al consumidor (el consumidor siendo ellos, por supuesto) de andar renovando el clóset cada dos meses, mientras explotaban a niños tailandeses. Y el discurso es bonito y revelador, pero es una clara muestra de que los influencers que critican esta tendencia son gente de clase alta que acostumbraba comprar ropa cada dos meses y no sentirse culpable sino hasta que fue popular hacerlo. Y lo digo porque yo todavía tengo una camiseta café que compraron para alguno de mis hermanos en Koaj cuando todavía se llamaba Pronto. Porque todas mis camisetas de Movies tienen más de cinco años (a eso le llamo yo ropa nueva) y porque no he conocido al primer colombiano promedio que no tenga el clóset lleno de prendas heredadas combinadas con alguna chaqueta que le regalaron por allá en el 2010 y que todavía usa porque le queda linda y se la regalaron en una buena navidad. A lo que voy, es a que, a menos que uno sea influencer vendiendo ropa de distintas marcas, uno suele usar la misma ropa hasta que ya se deshilacha o se va caminando sola. Y lo peor fue la solución: la promoción de “marcas puramente colombianas” que sacan ropa cada dos meses, explotan a adultos colombianos y valen exactamente lo mismo que un vestido de Zara, (si no más caro) y que si uno llega a comprarlos, procura no usarlo, porque va y se le daña a uno esa vaina tan cara.

Porque la solución pa’ todo en este país es volverlo más caro. Como cuando les dio por el dichoso impuesto saludable de las bebidas azucaradas, inspirado por supuesto en hacerle bien a las personas para que tomaran más bebidas saludables. Por esta razón, hoy en día un jugo de naranja es más barato que una Manzana Postobón………….. Y, pues no, ya que en todo centro comercial hoy en día un jugo de frutas es un artículo de lujo que vale casi siempre el doble que la gaseosa promedio y esto porque apenas le subieron el precio a las gaseosas los restaurantes entendieron que también podían hacer más caras el resto de las bebidas. Afortunadamente y como siempre, desde antes de que se andaran inventando impuestos inútiles, los restaurantes de corrientazo dan el jugo con el almuerzo y la gaseosa la cobran más cara, porque para la gente que tiene que almozar barato por la calle todos los días, una gaseosa siempre ha sido un artículo de lujo y cobrarla más cara no cambió en nada sus hábitos alimenticios.

Lo que me lleva a la peor tragedia de la historia reciente: Hace una semana pregunté el precio de un palito de queso en Tostao y a pesar de que probablemente, solo de vista, se notaba que era el pedazo de hojaldre más crudo de la historia, cubriendo el queso de la más mala calidad que ha visto el ser humano en su historia, tan grande como el dedo meñique de un gato, a pesar de todo esto, el vendedor se atrevió a decirme que ese pedazo de porquería valía cinco mil pesos. ¿De cuándo acá un palito de queso es un plato gourmet? Supongo que atrás quedaron los días en que con cinco mil pesos se comía un café con palito de queso en Oma o en Juan Valdez. Al menos el del Oxxo vale tres mil pesos. Al menos el D1 los vende chiquitos para hornear. Al menos a esta hora no me da hambre. Over and out.

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